Nunca solos – Cristo para Todas las Naciones

[Jesús] les dijo: «Lo que ha pasado conmigo es lo mismo que les anuncié cuando aún estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.» Entonces les abrió el entendimiento para que pudieran comprender las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito, y así era necesario, que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos al tercer día, y que en su nombre se predicara el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando por Jerusalén. De esto, ustedes son testigos. Yo voy a enviar sobre ustedes la promesa de mi Padre; pero ustedes, quédense en la ciudad de Jerusalén hasta que desde lo alto sean investidos de poder.» Luego los llevó de allí a Betania, y levantando sus manos los bendijo. Pero sucedió que, mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado a las alturas del cielo. Ellos lo adoraron, y después volvieron muy felices a Jerusalén; y siempre estaban en el templo, alabando y bendiciendo a Dios. Amén (Lucas 24:44-53).

La autora de esta devoción nos dice: Hace unos años, mi suegro se enfermó de COVID y tuvo que ser hospitalizado. Como no permitían que estuviéramos con él en su cuarto, tomábamos turnos para mantenernos conectados por teléfono las 24 horas al día por casi 10 días. Mi suegro nunca estuvo solo porque, aunque no veía nuestras caras, oía constantemente nuestras voces.

En el pasaje de hoy se nos dice que, después de su resurrección, Jesús aparece ante sus discípulos, les explica las Escrituras y les insta a predicar arrepentimiento y perdón de pecados en su nombre a todas las naciones, comenzando en Jerusalén. Luego los lleva a Betania, donde los bendice antes de ascender al cielo.

La ascensión de Jesús no solo marcó su partida física, sino también el inicio de su presencia continua a través del Espíritu Santo en su iglesia en la tierra. Cuando nos reunimos como iglesia, nos conectamos con la presencia de Cristo de manera tangible. ¡Nunca estamos solos! Aunque no lo veamos físicamente, lo escuchamos en su Palabra proclamada, en la comunión compartida y en la obra del Espíritu Santo que transforma vidas.

Al asistir a la iglesia abrimos nuestras vidas a la continua presencia y acción de Jesús en nosotros y en nuestra comunidad de fe. Es la presencia de Jesús ascendido en nuestras vidas.

Oremos: Dios, gracias por tu presencia constante en nuestras vidas y porque en la celebración de la ascensión de Jesús, reconocemos que, aunque físicamente se haya elevado al cielo, tu Espíritu sigue obrando en nosotros. Amén.

Para reflexionar:

*¿Cómo experimentas la presencia de Cristo en tu día a día?

*¿De qué maneras puedes ser testigo de la gracia de Dios en tu comunidad?

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