Una cosa – Cristo para Todas las Naciones

Le he pedido al Señor, y sólo esto busco: habitar en su casa todos los días de mi vida, para contemplar su hermosura y solazarme en su templo. Salmo 27:4

Un personaje de cuentos populares recibe tres deseos de una figura mágica, tal vez un genio o un duende. Pero esto no conduce a un final feliz, ya que el personaje suele abusar o desperdiciar los deseos. David el salmista busca algo mucho más sustancial que tres deseos mágicos. Sólo quiere una cosa y hace su petición al Señor del cielo y de la tierra.

Cuando el hijo de David, Salomón, fue coronado rey en Israel, Dios le dijo: «Pídeme lo que quieras que yo te conceda.» (1 Reyes 3:5b). Y Salomón le pidió una sola cosa, “un corazón con mucho entendimiento” para ser un buen rey. Complacido con la petición, el Señor le dio a Salomón tanto sabiduría como riqueza. Durante el ministerio terrenal del Señor, un ciego llamado Bartimeo clamó a Jesús. El Señor le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Marcos 10:51b). El ciego sólo quería una cosa: recibir la vista. Jesús lo sanó y, viendo claro, Bartimeo siguió a su Señor.

Como lo hizo con David, Salomón y Bartimeo, el Señor escucha también nuestras oraciones y misericordiosamente concede nuestras peticiones de acuerdo con su voluntad. Si le pidieras una cosa al Señor, como lo hace David, ¿qué le pedirías? ¿Pedirías sabiduría o riqueza? ¿Pedirías ayuda y sanidad? El salmista busca lo único necesario que, siglos después, María, la hermana de Marta, buscaría también cuando “se sentó a los pies de Jesús para escuchar lo que él decía” (ver Lucas 10:39-42). El salmista quiere morar en la casa del Señor siempre. Donde está su Señor, allí es donde David quiere estar, “para contemplar su hermosura y solazarme en su templo”.

Nuestro Señor está presente entre nosotros en su Palabra y sus Sacramentos y, donde Él está, allí queremos estar nosotros. En su Palabra contemplamos su belleza, incluso en el día oscuro cuando su belleza fue estropeada por crueles clavos y una corona de espinas. Contemplamos la belleza de nuestro Salvador resucitado cuando lo encontramos en la tumba vacía y nos maravillamos de sus manos y pies con cicatrices de clavos. Nos reunimos en adoración y oración, solazándose en el templo del Señor, aprendiendo de las Escrituras y recibiendo el maravilloso y hermoso misterio de su cuerpo y sangre, dados y derramados para el perdón de nuestros pecados.

Como David y Salomón, Bartimeo y María, nosotros también le pedimos al Señor la única cosa necesaria: morar en su presencia todos nuestros días. Nuestro misericordioso Señor nos concede nuestra petición, ahora y por toda la eternidad. Él ha prometido: “Vendré otra vez, y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, también ustedes estén” (Juan 14:3b). Queremos estar donde está Jesús, y Él también quiere eso.

ORAMOS: Señor, concédeme que pueda ver tu belleza en la Palabra y habitar en tu presencia ahora y para siempre. Amén.

Para reflexionar:

¿Algún cuento popular favorito o figura fantástica influenció tu forma de pensar?

¿Hay algo en particular que más busques del Señor?

Dra. Carol Geisler

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