EL MUNDO ANDA MAL

El mundo anda mal. Esta percepción no es nada original, para caer en la cuenta de ello sólo hace falta vivir. Frente a este mundo malo podemos adoptar dos opciones:

La primera es no hacer nada, dejar que las cosas continúen tal y como están porque en realidad nada se puede hacer para cambiarlas. Lo mejor es retirarse, no intervenir, no tratar de modificar nada. Lo más prudente es cultivarse a uno mismo al margen del mundo. Esta actitud ha dado origen a varios movimientos que predican la fuga del mundo. Hay que construir un espacio interior impenetrable y retirarse de toda contaminación mundana. Numerosas órdenes religiosas y grupos marginales han nacido bajo este prisma.

La segunda opción reconoce que el mundo es malo pero afirma que las cosas pueden cambiarse. Se pueden cambiar las condiciones sociales y políticas para así cambiar al hombre y con él, las condiciones del mundo. Esta segunda forma de pensar ha dado origen a numerosas ideologías, muchas veces utópicas que han terminado por ser opresivas porque su idea del hombre y del mundo debe acoplarse, si es necesario a la fuerza, a ese modelo que va a determinar todas las acciones que se emprendan para conseguirlo.

Ambos modelos han fracasado porque no han considerado lo más importante. Todo cambio para que sea efectivo debe comenzar por una transformación interior. El camino o es espiritual o no cambia nada. Y el camino espiritual, o comienza por esta transformación interior o no comienza nunca. Las teologías y las ideologías pueden aprenderse, aceptarse y creerse, pero la transformación espiritual sólo puede experimentarse, no hay otra salida. Es después de que el individuo ha pasado por este cambio que puede entonces comenzar a ser capaz de transformar a la sociedad.

Jesús y sus discípulos se encuentran en medio de una multitud cansada y hambrienta. Los discípulos piensan que es mejor dispersarlos para que cada cual trate de conseguir su sustento como pueda. Pero Jesús, paradigma del hombre que ha realizado una transformación espiritual completa, no piensa de la misma forma. El se enfrenta a los problemas del mundo, desde su mundo interior que esta pleno que la proximidad de Dios.

Jesús nos enseña la actitud correcta

El Señor siente compasión, esa capacidad dada al hombre por Dios por medio de la cual, somos capaces de ponernos en la piel del otro frente a la calamidad.

La compasión no deja aparte ningún aspecto humano. Jesús recibió a la multitud, habló con ellos, les sanó, alimentó y les enseñó a compartir, porque la compasión sabe:

Recibir: Tiene la capacidad de aproximarse, tocar, sentir el calor, el frío y el calor, la dicha y el dolor. La compasión sabe derribar murallas, sabe olvidarse del temor y se atreve a amar.

Hablar: No la palabra manoseada de siempre, sino aquella que brota de un corazón comprometido. La palabra que brota de un ser transformado que no se atreve a predicar algo que no vive. Pero no basta que las palabras sean sinceras, no basta que estén de acuerdo con las propias ideas; es imprescindible que estas ideas se correspondan con la verdad.  Palabras que no estén reñidas con la vida, que se hablan desde abajo, desde “junto a”, que no juzgan ni condenan, sino que se apiadan, comprenden, soportan y hacen crecer. Estas son las marcas de las palabras del Reino.

Sanar: La compasión no se olvida del cuerpo, de sus necesidades, de sus dolencias y enfermedades. La sanidad de Jesús sólo vale si el que sana sabe sufrir con el que sufre y sabe poner los medios para aliviar el dolor como si fuese propio.

Vivimos en un mundo que se ha “encogido”, es una aldea global en el que por fin hemos comprendido que nada que afecte a un hombre puede sernos indiferente, porque en esta nueva súper aldea en la que estamos, todo afecta a todos y si descuidamos la visión universal de nuestra interdependencia no podremos sobrevivir. La compasión no consiste en hacer “buenas obras” de vez en cuando para sentirnos buenos y solidarios. Se trata de una actitud de compromiso con este presente mundo malo e injusto y de no contribuir a hacer aumentar el sufrimiento. Se trata de comprender que todo nos concierne, que el bienestar de los demás tiene mucho que ver con nosotros.

 Alimentar: Los discípulos, como nosotros tenían su propia lógica: “¡Despide a la gente! ¡Que se busquen la vida! ¡No ves que estamos en el desierto!

Pero el Señor ayer y hoy nos reta con este sorprendente mandato: “Dadles vosotros de comer”. No que les alimenten otros, no que se alimentes a sí mismos; ¡Dadles vosotros de comer!

El verdadero milagro comienza con la actitud de:

Compartir: En el momento que partes tu pan por la mitad, sea mucho o sea poco, donde antes sólo comía uno ahora comen dos. Y si el que ha recibido su parte da la mitad a su vecino comerán tres, y la multiplicación milagrosa se podrá dar entonces, pero sólo a condición de que sepas partir tu pan, porque es la actitud de compasión la que hace que haya suficiente para todos. No te quepa duda de esto; la riqueza de unos es la pobreza de otros, la compasión de unos es la riqueza de todos.

Ruego a Dios que nos de la capacidad de ser compasivos. Si pasas delante de los hambrientos y de los sedientos de este mundo y no ves allí a Jesús, es que te has quedado ciego y has olvidado tu misión en este mundo. Puede que tu teología y tu ideología sean de la más pura ortodoxia, pero te aseguro que tu fe está muerta y tu palabra está vacía del Reino que es amor compasivo y nadie crecerá a tu alrededor, ni será sanado ni alimentado.

                                                                                                                    – Luís Velilla