Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; y al ver todo eso, creyó. Y es que aún no habían entendido la Escritura, de que era necesario que él resucitara de los muertos (Juan 20:8-9).
María Magdalena fue la primera en quedar perpleja ese domingo de madrugada. En el cementerio las cosas no estaban como las habían dejado dos noches atrás. María corre a avisar a Pedro y a Juan y estos corren a la tumba. Pedro entra primero, luego Juan, quien “al ver todo eso, creyó”. ¡Ver para creer! Pero Juan vio con los ojos de la fe, porque evidencias de un cuerpo resucitado no había. No podía ser un robo. En todo caso, los ladrones no se llevarían un cadáver sino lo que el muerto tenía puesto. Además, nadie había violentado la tumba ni neutralizado a la fuerza a los soldados que vigilaban su entrada.
No, en todo esto Juan vio la mano de Dios. Un trabajo fino, rápido, planificado. Dios dejó en la tumba vacía la evidencia necesaria, no para despistar a nadie, sino para orientar a los suyos a considerar lo inexplicable, lo que solo se puede ver con los ojos de la fe: la resurrección de Jesús de los muertos.
Tal vez, como Juan y los demás discípulos, a nosotros también nos cuesta entender que era necesario que Jesús resucitara. Pero los ojos de la fe nos hacen ver hoy la evidencia contundente que nos muestra que, por la sangre derramada de Jesús el perdón de nuestros pecados está garantizado y por su resurrección el diablo ha sido vencido para siempre.
Los ojos de la fe nos hacen ver incluso el futuro y nos confirman nuestra entrada al cielo y a la eternidad. Mira la tumba vacía. Cree.
Padre, gracias por coronar la obra de Jesús con su resurrección. Amén.
Para reflexionar
- ¿Qué evidencias te convencieron de la gracia de Dios para contigo?
- Reafirmado en tu fe, explícale a otros por qué era necesario que Jesús resucitara de los muertos.
Rev. Héctor Hoppe