¿A quién tengo en los cielos? ¡Sólo a ti! ¡Sin ti, no quiero nada aquí en la tierra! (Salmo 73:25)
El cielo es el lugar donde habitan Dios y sus ángeles, donde “no habrá maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en medio de ella, y sus siervos lo adorarán y verán su rostro, y llevarán su nombre en la frente. Allí no volverá a haber noche; no hará falta la luz de ninguna lámpara ni la luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará. Y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 22:3-5).
Cuando mis hijos Joás y Aarón eran niños, las ventanas de sus cuartos daban hacia la parte de atrás de nuestra casa en Iowa. Cada mañana su recámara se llenaba de los brillantes rayos del sol, y por la noche la luz de la luna inundaba la habitación. Una noche vi a Joás abriendo las ventanas y le pregunté si no le incomodaba tenerlas abiertas durante la noche. ¡Su respuesta derritió mi corazón! ¡A Joás le encantaba mirar por su ventana abierta en la noche porque sentía que estaba más cerca del cielo y de la casa de Dios! En su mente infantil era como experimentar de cerca la presencia de Dios. Entonces dormía tranquilo y seguro.
Y es que el verdadero valor de todo lo que tenemos y hacemos en la tierra lo podemos ver solamente a la luz de la gloriosa eternidad que nos espera con Dios en el cielo. No significa que no vamos a estar felices en la tierra ni agradecidos por lo que Dios nos ha dado, sino que entendemos que nuestra vida en la tierra tiene valor porque esperamos la eternidad con Dios en el cielo.
¡Ah, si pudiéramos ser como niños, sintiéndonos cerca de Dios al levantar la mirada al cielo y contemplar su maravillosa creación!
Oremos: Señor maravilloso, Creador inigualable, permite que pueda tener ojos como de niño para ver tu grandeza, tu poder y tu majestad en toda la creación, teniendo siempre la esperanza del cielo. Amén.
Para reflexionar:
1.¿Cuándo fue la última vez que al contemplar el cielo te diste cuenta de la presencia de Dios en tu vida?
- ¿De qué formas encuentras fuerzas en la certeza de las promesas de Dios?
Escrito por la Diaconisa Noemí Guerra