Un hombre llegó corriendo, se arrodilló delante de él, y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” Jesús le dijo: … “Ya conoces los mandamientos: No mates. No cometas adulterio. No robes. No des falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre.” Aquel hombre le respondió: “Maestro, todo esto lo he cumplido desde mi juventud.” Jesús lo miró y, con mucho amor, le dijo: “Una cosa te falta: anda y vende todo lo que tienes, y dáselo a los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo. Después de eso, ven y sígueme.” Cuando aquel hombre oyó eso, se afligió y se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Marcos 10:17b-18a, 19-22
Este hombre lo había intentado… ¡y mucho! “Todo esto lo he cumplido desde mi juventud”, le dijo a Jesús. Pero quería hacer más, tener algo que le garantizara la vida eterna. Estaba seguro de que Jesús podría decirle qué era lo que debía hacer.
Y Jesús miró a ese hombre ferviente y religioso y lo amó. Luego, le dijo la verdad. Sus riquezas se habían vuelto más importantes para él que cualquier otra cosa, incluso Dios. Jesús le ofreció revertir esa situación, cambiando sus riquezas por él, quien es la vida eterna.
Pero el hombre no pudo y se fue triste. ¿Y Jesús? Él también se quedó triste pues lo amaba, así como también nos ama a nosotros, incluso cuando nos equivocamos, cuando permitimos que algo o alguien se vuelva más importante que él mismo. Jesús nos llama así como llamó a ese hombre: “¡Ven y sígueme!” ¿Por qué? Porque nos ama. Porque nos valora. Porque quiere que vivamos para siempre… tanto, que dio su vida en la cruz para que sea posible.
Jesús es nuestro verdadero amor, nuestra verdadera riqueza. Y nosotros somos su amor y su riqueza.
Espíritu Santo, haz que Jesús sea lo primero en mi vida. Amén.
Para reflexionar
¿Cuáles son las cinco prioridades en tu vida?
¿A qué dedicas más tiempo y esfuerzo?
¿Qué es lo que más interfiere con tu relación con Jesús?