Llegaron al otro lado del lago, a la región de los gerasenos, y en cuanto Jesús salió de la barca, se le acercó un hombre que tenía un espíritu impuro. Este hombre vivía entre los sepulcros, y nadie lo podía sujetar, ni siquiera con cadenas… Este hombre andaba de día y de noche por los montes y los sepulcros, gritando y lastimándose con las piedras, pero al ver a Jesús de lejos, corrió para arrodillarse delante de él. Marcos 5:1-3, 5-6
¿Recuerdas cómo sigue esta historia? Jesús libera al hombre de los demonios, que se van a tomar posesión de un hato de cerdos; pero los cerdos deciden que no les gustan sus nuevos compañeros de cuarto y muy sensatamente se tiran al mar y se ahogan. Todo el vecindario va a ver lo que ha sucedido y quedan totalmente aterrorizados, por lo que le ruegan a Jesús que se vaya. Jesús no tiene más remedio que volver inmediatamente a la misma barca en la que ya había pasado una noche, e ir a otro lugar (ver Marcos 5:7-16).
¿Valió la pena? Para Jesús, sí. Había salvado una vida, un ser humano, del poder del mal. Comparado con eso, ¿qué importaba el viaje, los aldeanos trastornados o incluso los dos mil cerdos muertos? La vida de ese hombre hizo que todo el desastre valiera la pena.
Y eso es lo que Jesús siente también por ti. Para Jesús valió la pena haber nacido en un establo; valieron la pena sus años como predicador ambulante; valió la pena ser traicionado, golpeado y clavado en una cruz; valió la pena morir… todo por ti. Jesús tenía la intención de rescatarte del poder del mal, y lo hizo. Te compró para Dios al precio de su propia vida y ahora te ofrece vida eterna. Porque para él, tú vales la pena.
Señor, gracias porque te importo tanto. Amén.
Para reflexionar
¿En base a qué calificas a una persona de valiosa?
A los ojos de Dios eres valioso. ¿Qué crees tú de ti mismo?
¿Cuán valiosas son las personas que te rodean?