A uno que volvía del campo y que pasaba por allí lo obligaron a llevar la cruz. Ese hombre se llamaba Simón de Cirene, y era padre de Alejandro y de Rufo. Llevaron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa “Lugar de la Calavera”. Marcos 15:21-22
Ese día, Simón debe haberse sentido como el hombre más desafortunado de toda Jerusalén. Allí iba él, ocupado en sus propios asuntos, camino a la ciudad durante la festividad de la Pascua, cuando de repente se vio atrapado en el desfile de la ejecución de otra persona, teniendo que llevar la cruz del hombre hasta el Gólgota.
¡Qué horroroso! ¡Cuánta vergüenza! Cualquiera podría verlo cargando esa cruz. Probablemente asumirían que él era el criminal. Y no había forma de escapar: que los romanos se enojaran con uno no era una buena idea. ¡Cómo debió haberse sentido Simón! Parecía mala suerte, pero no fue la suerte la que llevó a Jesús a ese lugar, tropezando hacia el Gólgota, con la cruz de donde pronto colgaría. Jesús no era un transeúnte, y su cruz era prestada, era de nosotros. Jesús caminó a los tropiezos hacia el Gólgota por su propia voluntad e intención, llevando a cabo el plan de Dios de rescatarnos a todos del pecado y del poder del diablo.
Es muy probable que más tarde Simón se convirtiera en cristiano. Marcos menciona los nombres de sus hijos, lo que sugiere que eran conocidos en la iglesia. De ser así, Simón se habría dado cuenta del gran honor que tuvo ese día: llevar la cruz de Jesús mientras Jesús llevaba nuestros pecados y quebrantamientos para alejarlos de nosotros para siempre y darnos a cambio su perdón y vida eterna, alegre e inocente.
Señor, gracias por llevar la cruz por mí. Amén.
Para reflexionar
¿Qué es lo más pesado que has cargado?
¿Alguna vez has tenido “mala suerte” que resultó ser de gran bendición?
¿Por qué crees que Dios permitió que Jesús tuviera este momento de debilidad en el que Simón lo ayudó?