De allí, Jesús se fue a su tierra, y sus discípulos lo siguieron. Cuando llegó el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga. Al escuchar a Jesús, muchos se preguntaban admirados: “¿De dónde sabe este todo esto? ¿Qué clase de sabiduría ha recibido? ¿Cómo es que con sus manos puede hacer estos milagros? ¿Acaso no es éste el carpintero, hijo de María y hermano de Jacobo, José, Judas y Simón? ¿Acaso no están sus hermanas aquí, entre nosotros?” Y les resultaba muy difícil entenderlo… y… se quedó asombrado de la incredulidad de ellos. Marcos 6:1-3, 6ª
Hay veces en que los conocimientos o sabiduría no sirven mucho o no son tenidos en cuenta. Cuando mi hijo tenía ocho años quise ayudarlo con sus tareas de gramática, pero su respuesta fue: “tú solo eres mi mamá, pero mi maestra es una maestra de verdad”.
Algo similar le sucedió a Jesús. Los habitantes de Nazaret escucharon su sabiduría y vieron sus milagros, pero nada de eso les fue suficiente. No podían pasar por alto el hecho de que Jesús había crecido con ellos, no era más que un simple muchacho de su pueblo
cuya familia todavía vivía entre ellos.
Nosotros también le hacemos esto a Jesús. Mientras Dios esté creando mundos y disparando rayos, lo escuchamos con los ojos bien abiertos. Pero que venga a nuestro mundo como un ser humano como nosotros, ¡eso es diferente!
Sin embargo, ese es el milagro más grande de todos: que Dios nos ame tanto, que se rebaje al punto de hacerse hombre para vivir, sufrir y morir en una cruz para convertirnos en su familia. Nos ama tanto, que nos ofrece ser parte de su vida eterna y resucitada.
Señor, gracias por rebajarte por mí. Amén.
Para reflexionar
¿Alguna vez alguien te subestimó porque te conocía demasiado bien?
¿Te resulta fácil confiar en un extraño en asuntos importantes?
¿Qué dificulta que las personas que conoces confíen en Jesús?