Una gran multitud de los judíos se enteró de que él [Jesús] estaba allí, así que vinieron, no solamente por causa de Jesús, sino también para ver a Lázaro, pues sabían que él lo había resucitado de los muertos. Pero los principales sacerdotes acordaron matar también a Lázaro, pues por causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús (Juan 12:9-11).
Nadie se imaginaba que así, de repente, el Lázaro enfermo y muerto ya por cuatro días saldría vivo de la tumba al escuchar el llamado de Jesús. Ahora estaba celebrando la vida con sus hermanas María y Marta y un grupo muy grande de gente que había venido de los alrededores, y especialmente de Jerusalén a Betania. ¿Por qué se había juntado tanta gente? Por dos razones: porque Jesús, quien a esta altura era un “ídolo” muy popular estaba allí, y porque todos querían presenciar el gran espectáculo de ver a Lázaro vivo.
Una gran muchedumbre había recorrido unos cuántos kilómetros para ver a Jesús, tan idolatrado por muchos, y ver también una cosa tan espectacular como un muerto que ahora vive. Si esta historia hubiera ocurrido hoy, le estaríamos pidiendo autógrafos a Jesús y sacándonos selfis con Lázaro.
Apenas unos días después, casi al final de esa semana, Jesús ofrecerá un gran espectáculo, más bien de muerte que de vida, y donde muchos vivirán la desilusión de su “ídolo” abatido y crucificado.
La verdad es que lo espectacular de Jesús es que él no es un ídolo, sino Dios. Él no vino a nuestro mundo pecador para dar un gran espectáculo popular y para que las multitudes lo idolatraran. Jesús vino para que sepamos a quién adorar. Jesús no firma autógrafos, sino que con su muerte firmó nuestra declaración de libertad. Lo más espectacular que Jesús hizo fue mirarnos con cariño y perdonar nuestros pecados.
Señor, Ayúdanos a adorarte en espíritu y en verdad. Amén.
Para reflexionar
- ¿Quién es Jesús para ti: tu ídolo o tu Dios?
- Mírate a ti mismo como el que fue resucitado por Dios a una nueva vida y disfrútala.
Rev. Héctor Hoppe