La palabra del Señor vino a mí, y me dijo: «Antes de que yo te formara en el vientre, te conocí. Antes de que nacieras, te santifiqué y te presenté ante las naciones como mi profeta.» Yo dije: «¡Ay, Señor! ¡Ay, Señor! ¡Date cuenta de que no sé hablar! ¡No soy más que un muchachito!» Pero el Señor me dijo: «No digas que sólo eres un muchachito, porque harás todo lo que yo te mande hacer, y dirás todo lo que te ordene que digas. No temas delante de nadie, porque yo estoy contigo y te pondré a salvo.» —Palabra del Señor. Y el Señor extendió su mano, me tocó la boca y me dijo: «Yo, el Señor, he puesto mis palabras en tu boca. Date cuenta de que este día te he puesto sobre naciones y reinos, para que arranques y destruyas, para que arruines y derribes, para que construyas y plantes.» Jeremías 1: 4–10
Jeremías se puso nervioso cuando Dios lo llamó a ser su profeta. «No sé hablar», le dijo. «No soy más que un muchachito». Jeremías tenía razón: no estaba a la altura del trabajo y lo sabía. Esa era la verdad.
Pero se le estaba olvidando una cosa, y Dios se la señaló. “He puesto mis palabras en tu boca”, le dijo Dios. Es como si Dios le estuviera diciendo: «No te preocupes. No te enfoques en ti. Enfócate en mí. No tienes que ser lo suficientemente inteligente, ni lo suficientemente fuerte ni lo suficientemente bueno. He puesto mis palabras en tu boca, y ellas harán el trabajo”. Y sí que lo hicieron. Jeremías pasó el resto de su vida hablando la palabra de Dios a la gente. Hizo el trabajo que Dios tenía para él.
Dios también te ha llamado a hacer ciertos trabajos. Puede que no sean trabajos llamativos como ser un profeta. Es más probable que sean trabajos humildes: ser padre, hijo, cónyuge, amigo. Puedes ser un cuidador, un animador, un orador, un protector. Incluso puedes pensar que no tienes ningún trabajo, porque en este momento de tu vida tu función es principalmente recibir atención de los demás. ¡Pero ese también es un trabajo! Y uno muy difícil, a veces.
¿Qué sucede cuando te sientes abrumado por tu trabajo, sea el que sea? Puedes recurrir a la misma fuente de ayuda que utilizó Jeremías. “He puesto mis palabras en tu boca”, le dijo Dios. «No lo estás haciendo solo». Y a nosotros nos dice: “He puesto mi Espíritu Santo en tu corazón. No estás solo. Puse mi vida en la cruz para hacerte mío, y no te desampararé ahora. Trabajaré a través de ti, con todas tus faltas y debilidades, y traeré gloria a mi Nombre”.
Jesús nunca nos envía solos. Él está siempre con nosotros y podemos pedirle ayuda, fortaleza y sabiduría. Debido a que Él nos ama y nos sostiene, podemos realizar los trabajos difíciles que enfrentamos, un paso a la vez, apoyados por Él.
ORACIÓN: Querido Señor, ayúdame cuando tengo miedo o no sé qué debo hacer. Amén.
Para reflexionar:
¿Cuál es el trabajo que haces con más alegría en este momento?
¿Qué es lo más difícil?
Dr. Kari Vo