[Dijo Amán, el ministro del Rey:] «Pero todo esto no me sirve de nada cada vez que veo al judío Mardoqueo sentado a la puerta del rey.» Entonces Zeres, su mujer, le aconsejó, y también todos sus amigos: «Que hagan una horca de cincuenta codos de altura. Y mañana, cuando veas al rey, pídele que cuelguen allí a Mardoqueo. Y tú, ve con el rey al banquete, y alégrate y pásalo bien.» Esto le pareció bien a Amán, y mandó preparar la horca (Ester 5:13-14).
Amán era muy bendecido y había logrado mucho, pero debido a su ira no disfrutaba de lo que tenía. ¡Su odio obsesivo se había vuelto irracional y arrogante! Pero su plan fracasó rotundamente. De hecho, todo el mal que Amán le deseó a Mardoqueo, le regresó a él mismo.
Hay un proverbio que nos advierte que no seamos como Amán. Dice así: “La soberbia precede al fracaso; la arrogancia anticipa la caída” (Proverbios 16:18). Somos soberbios cuando nos ponemos por encima de Dios y quebrantamos el primer mandamiento.
Lo más probable es que ninguno de nosotros jamás hayamos construido una horca para colgar a alguien, como hizo Amán. Pero seguramente en algún momento todos nos hemos puesto por encima de Dios y hemos actuado con soberbia.
La buena noticia es que Jesús “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Filipenses 2:6-8). Él se humilló por amor a nosotros y nos salvó. Jesús nos enseña la verdadera humildad mostrándonos que, al postrarnos humildemente ante la cruz, encontramos victoria y redención en él. Solo a la luz de la cruz podemos disfrutar de las bendiciones que él nos da.
Oremos: Dios, danos el don de disfrutar la vida. Ayúdanos a postrarnos en fe delante de tu cruz. Que podamos seguir tu ejemplo de humildad y vivir en total dependencia de tu gracia. Que tu humildad sea nuestra guía y fortaleza en todas las áreas de nuestras vidas. Amén.
Para reflexionar:
*¿En qué áreas de tu vida puedes reconocer que hay orgullo y arrogancia?
*¿Qué acciones prácticas puedes tomar para cultivar la humildad en tu vida diaria y reflejar el ejemplo de Jesús?
Escrito por la Diaconisa Noemí Guerra