Salvación inesperada – Cristo para Todas las Naciones

Digan a los de corazón amedrentado: «Esfuércense y no teman. ¡Miren! Aquí viene su Dios, para castigar a sus enemigos como merecen. Dios mismo viene, y él los salvará.» Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, lo mismo que los oídos de los sordos. Entonces los cojos saltarán como ciervos, y la lengua del mudo cantará; porque en el desierto serán cavados pozos de agua, y en la soledad correrán torrentes. El páramo se convertirá en estanque, el sequedal en manantiales de agua Isaías. 35: 4-7a

La ansiedad duele. Nos mantiene despiertos por la noche, pensando en lo que puede traer el día. Nos impide hacer cosas que sabemos que son buenas y necesarias, porque simplemente no podemos dejar de preocuparnos. Después de esta pandemia, la mayoría de nosotros conoce muy bien la ansiedad.

Imagino que había mucha ansiedad en Judea y Galilea en los días de Jesús. Eran un pueblo conquistado, impotente, no exactamente rico o influyente, viviendo bajo una serie de malos gobernantes, constantemente en riesgo de guerra. Habían pasado aproximadamente 400 años desde que el último de los profetas del Antiguo Testamento les habló de parte de Dios. Imagino que la gente se preguntaba: ¿Dios nos ha desamparado? ¿Ha desaparecido o se dio por vencido con nosotros? ¿Nos volverá a ayudar alguna vez?

A estas personas, el Espíritu Santo les dice: «Esfuércense y no teman. ¡Miren! Aquí viene su Dios, para castigar a sus enemigos como merecen. Dios mismo viene, y él los salvará.» Luego Dios describe las cosas muy inesperadas que hará: milagros de curación, agua en el desierto, un mundo lleno de bendiciones. Todo eso se cumplió, en el momento más oscuro de la historia, cuando Dios mismo nació en el mundo como nuestro Salvador, Jesucristo.

Entonces, ¿cuál es la respuesta de Dios a nuestra ansiedad hoy? Es la misma respuesta que le dio a su pueblo hace 2000 años. Es Jesús, el Dios a quien le importamos tanto que nació en este mundo atribulado y vivió sus peligros y sufrimientos con nosotros. El Dios que reconoció que estábamos atrapados bajo el poder del pecado, la muerte y el diablo, y eligió liberarnos a costa de su propia vida. El Dios que resucitó de entre los muertos para no morir nunca más, para que viviéramos en Él para siempre y para probarnos que nada es lo suficientemente fuerte como para arrebatarnos de las manos del Padre. Él es nuestra fuerza y nuestro consuelo por los siglos de los siglos.

ORACIÓN: Dios Espíritu Santo, ayúdame a confiar en ti cuando esté ansioso y temeroso. Amén.

Preguntas de reflexión:
¿Qué tipo de cosas te ponen ansioso?
¿Cómo encuentras ayuda y fortaleza en el Señor cuando estás ansioso?

Dra. Kari Vo

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