No hay que desperdiciar – Cristo para Todas las Naciones

Le dieron a beber vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después de crucificarlo, se repartieron sus vestidos y los sortearon para ver qué le tocaría a cada uno de ellos. Marcos 15:23-24

Parece cruel que los soldados jueguen con la ropa de Jesús. La persona que la había usado por última vez ni siquiera estaba muerta todavía. ¡Estaba colgada de una cruz, justo encima de su juego de dados! Sin embargo, los soldados se habrían defendido si alguien les hubiera reprochado su actitud. “La tela es cara y difícil de conseguir”, habrían dicho. “No hay que desperdiciarla.”

Pero no eran los únicos que estaban reciclando ese día. Jesús estaba haciendo algo similar.

Cuando en el Jardín del Edén, justo después de que las primeras personas se revelarán contra Dios y condenaran a toda la raza humana a la miseria, Dios no los eliminó y comenzó de nuevo creando una nueva especie, a pesar de que eso era lo que merecíamos. ¿Por qué iba a preocuparse otra vez por nosotros?

Sin embargo, lo hizo. Contra toda lógica, Dios decidió salvarnos, reciclarnos, transformándonos en algo todavía mejor de lo que jamás habíamos sido. Vino a buscarnos al jardín y prometió enviarnos un Salvador que nos redimiría de nuestra maldad y nos haría nuevos y limpios otra vez. ¿Cómo? De la manera más costosa posible: volviéndose humano, sufriendo, muriendo y luego resucitando por nosotros. Dios nos quiere, me quiere a mí, te quiere a ti, y por eso se da a sí mismo por nosotros.

Señor, gracias por amarnos y hacernos tuyos. Amén.

Para reflexionar
¿Qué prefieres hacer con las cosas rotas: tratas de repararlas o las tiras y compras nuevas? ¿Qué cosa amas mucho, aunque esté rota o sea indeseable a los ojos de otras personas?
¿De qué maneras te está restaurando el Señor?

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