Cuando Herodes vio que los sabios lo habían engañado se enojó mucho y, calculando el tiempo indicado por los sabios, mandó matar a todos los niños menores de dos años que vivían en Belén y en sus alrededores. (Mateo 2:16)
Esta es la parte de la historia de Navidad de la que no nos gusta hablar, la parte en la que varias docenas de bebés inocentes son asesinados. Y lo peor es que su muerte está estrechamente relacionada con el nacimiento de Jesús. Lo mejor del mundo, la venida de Jesús, desencadena una reacción que conduce a una masacre.
Por supuesto que no fue culpa de Jesús; un rey malvado eligió cometer los asesinatos, no Jesús. Sin embargo, es extraño leer cómo Dios rescató a su propio Hijo de la matanza y dejó morir a los otros bebés. ¿No es injusto? ¿No es intolerable? El bien y el mal tan entrelazados no es tolerable para nadie. Dios mismo no puede soportarlo. Y es por eso que vino a este mundo en la primera Navidad, para poner fin a estos horrores y rescatarnos a todos.
Si lo piensas bien, la verdad es que Herodes se salió con la suya. Ninguno de los bebés escapó de la muerte, ni siquiera Jesús, aunque su muerte tardó un poco más. Treinta años más tarde otro Herodes, el hijo de este Herodes, entregaría al “Rey de los judíos” a la muerte en una cruz romana. El último bebé nacido en Belén durante el reinado de su padre, caería en sus manos.
Aun así, Herodes no tuvo la última palabra. Tres días después, Jesús resucitó de entre los muertos para no volver a morir jamás. Y Jesús trajo consigo ese mismo regalo de vida y luz para dárselo a todos los que le pertenecen: a mí, a ti, a los bebés que murie- ron por él en Belén. Herodes no tiene la última palabra, Jesús sí.
Señor, ayúdame a mirar más allá de los horrores de este mundo, y contemplar tu misericordia y liberación. Amén.
Para reflexionar
¿Por qué crees que Dios permitió que se registrara esta horrible historia?
¿Qué haces cuando los horrores de este mundo son demasiado para ti?
¿Cómo te ayuda Jesús en esos momentos?