¿Por qué habla a los gritos? ¿Por qué tiene que ir por todas partes, en vez de quedarse quieta? La respuesta es simple: las personas no le prestan atención. Ya sea hace miles de años u hoy en día, los seres humanos somos tercos e insensatos: nos apartamos de la sabiduría, no importa cuán fuerte sea su voz. A veces pienso que la sabiduría necesita algo más que su voz: ¡necesita una red para atraparnos!
La necedad humana debe ser algo realmente frustrante para Dios. Él nos dice qué es bueno y correcto, pero ¿acaso le escuchamos? Por lo general, no. Somos como las ovejas tontas de las que habla Isaías: «Todos perderemos el rumbo, como ovejas, y cada uno tomará su propio camino» (Isaías 53:6a). Hacemos cosas que nos dañan a nosotros y a otras personas, aun cuando lo sabemos. La sabiduría puede estar clamando, ¡pero no la escuchamos!
Es por ello que Dios tomó el asunto en sus manos. Como nosotros no íbamos a él, él vino a nosotros. Vino a nuestro mundo como un bebé humano en la persona de Jesucristo, nuestro Salvador. Jesús creció entre nosotros y vivió nuestra vida, sirviendo a quienes le rodeaban y enseñando con toda la sabiduría de Dios. Al igual que la figura de la sabiduría en Proverbios, él pasó sus días en las encrucijadas y las puertas de la ciudad, allí donde pudieran escucharlo, llamando a las personas a él. Y luego llevó a cabo el acto supremo de la sabiduría de Dios yendo a la cruz a morir por nosotros. Pablo lo llama «Cristo crucificado, que para los judíos es ciertamente un tropezadero, y para los no judíos una locura, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Corintios 1:23-25).
Ningún ser humano podría haber imaginado que Dios elegiría salvarnos no con poder, sino con el sufrimiento; no con la sabiduría humana, sino rebajándose para ser uno de nosotros. Y porque Jesús nació, sufrió, murió y resucitó por nosotros, ahora tenemos vida eterna y participamos de la sabiduría divina que da vida. El Espíritu Santo de Dios vive en nosotros y renueva constantemente nuestras vidas.
«¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién ha entendido la mente del Señor? ¿O quién ha sido su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que él tenga que devolverlo? Ciertamente, todas las cosas son de él, y por él, y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén» (Romanos 11:33, 36).
ORACIÓN: Señor, hazme sabio para confiar en tu Hijo Jesús. Amén.
Para reflexionar:
1. ¿Qué crees que hace que algo sea sabio?
2. ¿Qué quiere decir que «lo insensato de Dios es más sabio que los hombres»?
Dra. Kari Vo
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