Jugando a las escondidas – Cristo para Todas las Naciones

Cuando dijiste: «Busquen Mi rostro», mi corazón te respondió: «Tu rostro, Señor, buscaré». No escondas Tu rostro de mí; No rechaces con ira a Tu siervo; Tú has sido mi ayuda. No me abandones ni me desampares, Oh Dios de mi salvación. Salmo 27:8-9

Cuando se juega a las escondidas, por lo general es más divertido esconderse que buscar a quienes están escondidos. 

En nuestro salmo, solo hay Uno que se esconde y muchos que buscan. Dios dice: «Busquen mi rostro», y las personas de todo el mundo han estado haciendo eso desde que Adán y Eva fueron expulsados del Edén. Dios nos da pistas de su existencia para que lo podamos encontrar, como escribe el apóstol Pablo, “Sus atributos invisibles, Su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que ellos no tienen excusa” (Romanos 1:20). La presencia y el poder de Dios deben ser obvios, porque como dice Pablo, «Él no está lejos de ninguno de nosotros» (Hechos 17:27b). Sin embargo, elegimos adorar y servir “a la criatura en lugar del Creador” (Romanos 1:25b), buscando a Dios en los lugares equivocados.

Muchos eligen encontrar dioses falsos y adorar cosas creadas. Pero Dios ha dicho: «Busquen mi rostro», porque quiere que lo encuentren. Dios se reveló en la creación, en sus poderosos actos y en su Palabra. También se reveló a los patriarcas y profetas. Sin embargo, había más por revelar: Dios mismo vino a su pueblo. “Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por Su Hijo” (Hebreos 1:1-2a). Quiso el Padre que en Jesucristo «habitara toda la plenitud» (Colosenses 1:19b). Escondido en carne humana en la persona de Su Hijo, Dios entró en el mundo como si dijera: “¡Aquí estoy! ¡Busca mi rostro! Dios mismo estaba escondido y por el poder del Espíritu revelado a los ojos de la fe, en un bebé en un pesebre, en la víctima sufriente en la cruz y en el Señor resucitado y glorificado.

La Palabra de Dios revela dónde se encuentra. Al pie de la cruz vemos a Jesús — Dios el Hijo — cargando el peso de nuestro pecado y vergüenza, la culpa de nuestra búsqueda egoísta de dioses de nuestra propia elección. En el testimonio de la Palabra vemos las cicatrices de los clavos en las manos y los pies del Señor resucitado. En su Santa Cena recibimos el cuerpo y la sangre de Jesús, dados y derramados para el perdón de nuestros pecados. Por el amor de Jesús, Dios nunca esconderá Su rostro de nosotros ni nos desechará. El Dios de nuestra salvación no nos abandonará. Buscamos su rostro y no lo encontramos. Pero Él sí nos encontró.

ORACIÓN: Señor y Salvador, cuando estábamos perdidos en el pecado tú viniste a buscarnos y encontrarnos. Mantennos fuertes en la fe hasta que finalmente te veamos cara a cara. Amén.

Preguntas de reflexión:
¿Crees que Dios esconde hoy su rostro de nosotros? ¿De qué manera?
¿En qué momentos piensas en la muerte y resurrección de Jesús?

Dra. Carol Geisler

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