Cuando Herodes vio que los sabios lo habían engañado se enojó mucho y, calculando el tiempo indicado por los sabios, mandó matar a todos los niños menores de dos años que vivían en Belén y en sus alrededores (Mateo 2:16).
Hace un par de días celebramos el nacimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Sin duda alguna esta es una de mis celebraciones favoritas. Cada país, cultura y familia lo celebra de diferentes maneras. En mi familia, por ejemplo, solemos reunirnos en la víspera de Navidad para ir juntos a la iglesia y participar en el servicio de Nochebuena. Allí esperamos hasta que llega la medianoche y, cuando el reloj por fin marca las 12:00, todos hacemos gran fiesta y gritamos a gran voz: ¡Feliz Navidad! mientras nos abrazamos con alegría. El Salvador nació y este es motivo suficiente para celebrar.
Pero hoy, 28 de diciembre, podemos ver el lado triste de la Navidad. Hoy no celebramos, sino que recordamos con tristeza el día cuando muchos niños inocentes murieron a causa de la maldad humana. Aquel día cuando el rey Herodes, invadido por los celos, el enojo y su deseo de matar a Jesús, mandó matar a todos los niños menores de dos años que vivían en Belén y en sus alrededores. Aquella noche no fue una noche buena, sino una noche de llanto y dolor. Dolor por las familias que lloraron amargamente por que perdieron a sus hijos. El mismo dolor que sentimos nosotros ante las injusticias de la vida.
Pero Jesús vino a este mundo para cambiar nuestro dolor en alegría. Jesús vino para vencer a nuestros enemigos más grandes: el pecado, la muerte y el diablo. Con su muerte y resurrección Jesús le puso fin al dolor eterno y nos promete que el dolor que ahora sentimos no se comparará con la alegría que tendremos con Él en la vida eterna.
Querido Jesús, gracias por dar tu vida para quitarnos la culpa del pecado y ganar nuestra salvación. Amén.
Para reflexionar:
*¿Cómo reaccionas ante el dolor de la vida?
*Mira al pasado y haz una lista de todas las veces que Dios cambió tu dolor en alegría.
Sra. Abigaíl Ramírez