Por esos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto Jesús salió del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu descendía sobre él como una paloma. Y desde los cielos se oyó una voz que decía: “Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco.” Marcos 1:9-11
La noticia conmovió a muchos que la vimos. Un niño aún pequeño está luchando contra un cáncer agresivo en su cerebro. La cirugía le ha dejado una gran cicatriz arriba de su oreja derecha. Las sesiones de quimioterapia han arrasado con su tierna cabellera. Su padre, para demostrarle que está con él en su lucha, se ha rapado la cabeza y se ha hecho tatuar una cicatriz idéntica. La foto del padre y su hijo enfermo no puede dejar de conmovernos. Eso es empatía. Eso es ponernos en los zapatos del otro. ¡Eso es identificación!
Algo muy parecido sucede cuando Jesús va al Jordán para hacerse bautizar. El bautismo era un baño para pecadores, algo que tenían que hacer todos aquellos que cargaban con grandes pecados para confesar. Por eso Juan el Bautista se sorprende al ver a Jesús descendiendo a las aguas. Su descenso, sin embargo, no es una mera puesta en escena. No. Es una identificación profunda con aquellos a quienes viene a redimir. “Al que no cometió ningún pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios” (2 Corintios 5:21).
El camino hacia la cruz comienza mucho antes de llegar a Jerusalén. Aquí Jesús ya demuestra cuál era el objetivo principal de su misión: hacerse uno con nosotros, ponerse en nuestro lugar, poner el cuerpo por nosotros. ¿Qué cicatriz llevaría Jesús sobre sí para convencerte de que te ama de verdad?
Querido Jesús: tu amor e identificación conmigo fueron totales. Ayúdame a identificarme con otros que yerran y necesitan de mí. Amén
Para reflexionar
¿Cómo te identificas con quienes sufren?
¿De qué manera has experimentado la empatía de alguien?
¿Has sido bautizado? ¿Qué significa eso para ti?