Miren cuánto nos ama el Padre, que nos ha concedido ser llamados hijos de Dios. Y lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él porque lo veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. 1 Juan 3: 1-3
¿Alguna vez te han confundido con otra persona? Hace unos veinte años, tenía un trabajo ejecutivo en el que supervisaba a un pequeño grupo de personas. Y cada par de meses, alguien entraba a la oficina, me veía pasando por la puerta y me entregaba una cantidad muy grande de papeles dándome la orden: «Ve y hazme una docena de copias de esto», ¡sin ni siquiera un «por favor»!
Por lo general, yo solo respondía: «¡Sí, señor!» y me iba a la fotocopiadora, dejando que alguien más le informara que acababa de enviar a un gerente para que le hiciera sus copias. Por mi género y sus propios prejuicios, no me reconocían como gerente. (¡Y este tipo de incidentes hicieron que nunca me olvidara de mostrar mis respetos a las secretarias, ¡que suelen ser quienes mejor saben hacer las cosas!)
¿Pero no hacemos lo mismo nosotros? Jesús dio su vida en la cruz para hacernos hijos de Dios y personas cuyos pecados les son perdonados. Él resucitó de entre los muertos, por eso estamos seguros de que quienes le pertenecemos, también viviremos para siempre. Y nos ha dado su Espíritu Santo, quien vive en nosotros, día a día moldeándonos cada vez más a la imagen de Jesús.
Pero la mayor parte del mundo no lo reconoce. No reconocen a Dios, no reconocen al Hijo de Dios, Jesús, quien vino como hombre a estar entre nosotros. Entonces, ¿cómo van a reconocernos a nosotros?
No pueden. Algunos nos verán y nos admirarán (muy pocos, pero aun así…) Pueden felicitarnos por nuestra paciencia, o decirnos que somos buenas personas y suspiran pensando que nunca podrían ser así. (¡Qué equivocados están!) En esos casos, podemos sacarlos de su error. Podemos decirles que lo que piensan que somos nosotros en realidad proviene de Dios el Espíritu Santo. Podemos hablarles de Jesús, para que ellos también puedan convertirse en hijos de Dios.
Pero otros nos verán y nos odiarán (triste, pero cierto). Tal vez provoquemos sentimientos de culpa en ellos. O tal vez solo les estorbemos; después de todo, puede ser un verdadero problema si estás tratando de hacer algo en forma clandestina y tienes a un cristiano en tu equipo. En esos casos, podemos orar por ellos. Y también podemos orar por nosotros mismos, porque es difícil ser odiado, y siempre existe la tentación de hacer algo para que no nos odien, como cooperar haciendo lo malo y dejar de hacer lo correcto.
ORACIÓN: Querido Padre, por favor deja que tu Santo Espíritu obre en mi corazón para hacerme más y más como tú. Amén.
Preguntas de reflexión:
¿Alguna vez te han confundido con otra persona? ¿Cómo fue?
¿Cómo reconoces que una persona es hijo o hija de Dios?
Dra. Kari Vo