En la parábola de la moneda perdida el Señor Jesús nos dice que hay gozo «delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente» (Lucas 15:10b). En la historia de Navidad en el Evangelio de Lucas, escuchamos del gozo de «una multitud de las huestes celestiales cuando Cristo Jesús nació» (ver Lucas 2:13-14). El Señor de gloria, que los altos cielos no pueden contener (ver 1 Reyes 8:27), se humilló a sí mismo para nacer de una virgen, vivir, crecer y aprender como un hombre. Jesús conoció el hambre y la sed, el gozo de la amistad y la pena de la pérdida. Por nuestra salvación se sujetó a una muerte vergonzosa.
Pero tres días más tarde Jesús resucitó de los muertos triunfante sobre el pecado, la muerte, y Satanás. Toda la autoridad en el cielo y en la tierra le fue dada al Señor crucificado y resucitado, quien ascendió para reinar a la diestra del Padre. ¡Cómo se regocijaron los ángeles en ese día! El libro de Apocalipsis nos permite escuchar el coro angelical del cielo: «Digno es el Cordero inmolado de recibir el poder y las riquezas, la sabiduría y la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza» (Apocalipsis 5:12b).
La alabanza a nuestro Señor glorificado y exaltado nunca termina, ni en el cielo ni en la tierra. El salmista llama a toda la creación a unirse a la alabanza. No solo los ángeles, sino el sol, la luna y las estrellas, las montañas y las colinas, el ganado y las aves, e incluso el fuego y la tormenta están invitados, ¡comisionados! a unirse en alabanza al Señor. Los gobernantes de este mundo, aunque se sientan merecedores de alabanza, son convocados a glorificar al Señor. Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, todos se unen; nadie está exento de estar en el coro. En la adoración pública con hermanos y hermanas en Cristo o en devoción y oración privadas sumamos nuestras voces, entrando por un momento en el río de alabanza que resuena en toda la creación y asciende sin cesar ante el trono de Dios.
El Señor Jesús se humilló a sí mismo para salvarnos y fue elevado a la gloria exaltada. A nosotros también se nos dice: «Por lo tanto, muestren humildad bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo» (1 Pedro 5:6). En un día futuro, exaltados en su presencia para siempre, nos uniremos al gozo de los ángeles y alabaremos para siempre al Cordero que fue inmolado por nosotros.
ORACIÓN: Poderoso, resucitado y ascendido Señor, escucha y acepta nuestra alabanza y gratitud. Guíanos en el poder del Espíritu Santo para humillarnos bajo tu mano amorosa hasta que seamos exaltados para siempre en tu presencia. Amén.
Dra. Carol Geisler
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