Por lo tanto, si el que no está circuncidado obedece lo que la ley ordena, ¿no se lo considerará como si estuviera circuncidado? Y el que no está físicamente circuncidado pero obedece a la ley te condenará a ti, que desobedeces a la ley a pesar de que tienes la ley y estás circuncidado. Porque lo exterior no hace judío a nadie, y estar circuncidado no es una señal externa solamente. El verdadero judío lo es en su interior, y la circuncisión no es la literal sino la espiritual, la del corazón. El que es judío de esta manera es aprobado, no por los hombres, sino por Dios (Romanos 2:26-29).
Tuve la oportunidad de ir en un viaje misionero a Honduras hace muchos años cuando el huracán Mitch azotó el país. Me sentí muy contenta de poder ayudar a tanta gente y a la vez hablar de Dios con ellos. Una joven de nuestro grupo que no hablaba español, le regaló su reloj a uno de los niños a quienes estábamos ayudando. El niño estaba feliz y por algún motivo vino a abrazarme a mí y a darme las gracias por el reloj. La joven se molestó mucho y me pidió que le explicara al niño que no había sido yo quien le había regalado el reloj sino ella. Yo no sabía ni lo que estaba pasando.
Un poco irónico, ¿no? Estábamos allí para mostrar el amor de Jesús a los demás, para ayudar en un momento difícil, pero a esta chica le importaba que se le diera reconocimiento por su acto de bondad. ¿La estás juzgando? No lo hagas, porque tú y yo hacemos lo mismo. ¡De hecho lo acabamos de hacer!
Nuestro orgullo desea el reconocimiento y la alabanza, aunque sea a expensas de otros. Pero a Dios le importa nuestro interior, porque lo exterior no hace creyente a nadie. La buena noticia es que, en Cristo, Dios nos aprueba.
Oremos: Señor, ayúdame a dejar de decir “fui yo” y a comenzar a decir siempre “fue Jesús”. Amén.
Para reflexionar:
- ¿Qué te hace necesitar que los demás aprueben tus acciones?
- ¿Cómo te sientes al recordar que en Cristo Dios te ama y te aprueba?
Escrito por la Diaconisa Noemí Guerra