
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, y en el día de reposo entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se levantó a leer las Escrituras. … Al oír esto, todos en la sinagoga se enojaron mucho. Se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el que estaba edificada la ciudad, para despeñarlo. Pero él pasó por en medio de ellos, y se fue. (Lucas 4:16, 28-30).
Cuando Jesús inicia su ministerio público enseñando en las sinagogas de Galilea, mucha gente lo escuchaba y su fama crecía por toda la región. En una ocasión Jesús “fue a Nazaret, donde se había criado . . . y se levantó a leer las Escrituras” en la sinagoga del pueblo (v. 16). Allí predicó buenas noticias a todos los oyentes, anunciándoles que Dios lo había enviado para proclamar a todos los cautivos su libertad del poder del pecado, el diablo y la muerte.
Pero en vez de recibir las buenas nuevas del predicador con gozo y alardes, sus compatriotas empezaron a juzgarlo y a cuestionar su mensaje. Jesús les hace ver su falta de fe. Les dice que ellos lo han rechazado a él de la misma manera como el pueblo de Israel rechazó a los profetas que Dios les envió en el pasado—profetas venerables como Elías y Eliseo.
Al oír esto, sus compatriotas no solo no se arrepintieron de su falta de fe, sino que se enojaron con Jesús, “lo echaron fuera de la ciudad” y hasta intentaron arrojarlo de una montaña (v. 29).
Sin embargo, Jesús continuó su ministerio público de enseñanza y proclamación de buenas noticias. ¿Por qué? Por amor a nosotros. Lo hizo para decirle ¡fuera! al poder del pecado en nuestras vidas.
Oremos: Te damos gracias, Señor Jesús, por ir a la cruz para librarnos del pecado. Amén.
Para reflexionar:
*¿Qué obstáculos te impiden escuchar la palabra de Dios?
*¿De qué pecados necesitas ser librado y qué sientes al saber que Jesús libra de pecados?