Jeremías estaba aprendiendo, como lo
había hecho Isaías, que Dios dice: «Mis pensamientos no son los
pensamientos de ustedes, ni son sus caminos mis caminos. Así como los cielos
son más altos que la tierra, también mis caminos y mis pensamientos son más
altos que los caminos y pensamientos de ustedes» (Isaías 55: 8-9). Estaba
aprendiendo por experiencia personal lo que el salmista ya sabía: que los caminos
de Dios son imposibles de descubrir. Por más astutos y perspicaces que seamos o
tratemos de ser, siempre hay un misterio que trasciende nuestra comprensión de
lo que nos sucede. Esto no es un pensamiento consuelo, sino más bien es
reconocer que la finitud del hombre nunca podrá aprehender lo infinito; que lo
que Dios tiene en mente, los patrones maestros que Él está tejiendo, siempre es
mayor que lo que podamos comprender.
Somos «santos sufrientes». Podemos decir que la injusticia parece
estar caminando sobre la faz de la tierra. Lo primero que comienza a suceder
con los santos sufrientes es que, en medio de todo, y al igual que Jeremías,
debemos reconocer el propósito de Dios. Ningún ser humano, gobierno, sínodo o
empresa que se interponga ante Dios permanecerá para siempre. Cuando el Antiguo
Testamento habla del temblor de los cimientos, es porque el Primer Mandamiento
puede convertirse nuevamente en el mandamiento gobernante, amándolo a Él en
primer lugar y por sobre todas las cosas.
Jeremías no anduvo predicando una especie de pensamiento positivo del
Evangelio de «ten esperanza, no importa lo mal que se vean las
cosas». Él siempre tuvo esperanza en Dios, pues se dio cuenta de que Dios
es el proveedor de todas las cosas, el Rey de todos los reyes, y el Señor de
todos los señores. Cuando comenzamos a confiar en algo que no es Dios, Él va a
permitir que algo suceda para que, en medio de eso, Él sea revelado como el
único Rey que reina por siempre. Reconoce, entonces, que Dios siempre tiene un
propósito, y espera en él.
También se nos recuerda que otra razón por la que esperamos en Dios es que el
sufrimiento que consideramos tan malo, el sufrimiento que termina en la muerte
y que nos separa de quienes más nos importan, tiene lugar bajo el mismo Dios
quien, aunque hace caer los imperios humanos, nos mantiene seguros en su hijo
Jesucristo. Las historias de resurrección de la hija de Jairo, de Lázaro y de
su Jesús mismo nos recuerdan que Él tiene la victoria sobre la muerte. Y esa
victoria que da también a sus «santos sufrientes».
ORACIÓN: Padre celestial, aunque la vida a veces puede parecer sombría,
en tu Hijo, nuestro último vencedor, tenemos confianza para esta vida y la vida
venidera. En el Nombre de Jesús oramos. Amén.
Rev. Edward Wessling
© Copyright 2019 Cristo Para Todas Las Naciones