Él les dijo: «Tráiganmelos acá.» Mandó entonces a la gente que se recostara sobre la hierba. Tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo los bendijo, los partió, y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Todos comieron, y quedaron satisfechos; y de lo que sobró se recogieron doce cestas llenas (Mateo 14:18-20).
La obra de Dios me recuerda a la gran tarea de cocinar un banquete. Al igual que un chef prepara meticulosamente cada plato para que esté delicioso y que satisfaga el paladar de sus invitados, Dios obra en nuestras vidas de manera cuidadosa y amorosa para que podamos ser transformados a su imagen y llevar fruto abundante.
En Mateo 14 versículos 18 a 19, Jesús partió los panes y los pescados y los distribuyó a los más de cinco mil personas que habían venido a escucharlo. No solo se saciaron todos, sino que sobraron doce canastas llenas.
El anfitrión del banquete de nuestra vida es Jesús, y Él nos invita a su mesa para compartir su propio cuerpo y sangre. Él nos ofrece un banquete que sacia no sólo nuestra hambre física, sino también nuestra necesidad espiritual.
Así como Jesús tomó pan, lo bendijo y lo partió para alimentar a la multitud, Él ahora toma el pan, lo bendice con su Palabra y lo distribuye a su Iglesia a través de sus siervos llamados y ordenados.
En la cena del Señor, somos invitados a comer del bien y a deleitarnos en manjar rico. Y al igual que sobraron doce canastas llenas después de alimentar a la multitud, también ahora hay suficiente para que todos en la Iglesia coman y estén saciados (Mateo 14:20).
Así que podemos acercarnos a la mesa del Señor con fe y hambre. Él nos alimentará con su propio cuerpo y sangre, y nos dará vida eterna.
Oremos: Señor, que este banquete nos lleve a una vida abundante en Jesús y a compartir su amor con los demás. Amén.
Para reflexionar:
*¿Cómo podemos prepararnos mejor para participar en la cena del Señor?
*¿Cómo podemos compartir el banquete del Señor con aquellos que aún no lo han experimentado?
Escrito por la Diaconisa Noemí Guerra