Cuando Jesús se enteró, se fue de allí en una barca, a un lugar apartado. Cuando la gente lo supo, lo siguió a pie desde las ciudades. Cuando Jesús salió de la barca y vio a tanta gente, tuvo compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos. Ya anochecía cuando sus discípulos se acercaron a él y le dijeron: «Ya es muy tarde, y en este lugar no hay nada. Despide a toda esta gente, para que vayan a las aldeas y compren de comer.» Jesús les dijo: «No tienen por qué irse. Denles ustedes de comer.» Ellos le dijeron: «Aquí tenemos sólo cinco panes y dos pescados.» Él les dijo: «Tráiganmelos acá.» Mandó entonces a la gente que se recostara sobre la hierba. Tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo los bendijo, los partió, y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Todos comieron, y quedaron satisfechos; y de lo que sobró se recogieron doce cestas llenas. Los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y los niños (Mateo 14:13-21).
Me pregunto cómo se verían los rostros de los discípulos cuando Jesús les dijo eso: “Denles ustedes de comer”. Si Jesús sabía que no tenían lo que se necesitaba para hacerlo, ¿por qué les decía eso?
Todavía hoy Dios sigue haciendo lo mismo. Una llamada telefónica o una carta, y nuestra vida cambia para siempre. “¿Por qué quieres que me haga cargo de criar a ese niño, Señor, si nunca tuve hijos?” “¿Cómo es que me pones a cargo de ese proyecto, Señor, si sabes que no tengo las habilidades necesarias?” “¿Me estás llamando a ser qué?”
Jesús tiene la costumbre de llamar a los no calificados para hacer lo imposible, y así genera algunos momentos aterradores. Pero al final todo sale bien, tanto para los discípulos como para nosotros, porque Jesús suple lo que nos falta, ya sea experiencia, sabiduría, coraje o poder para obrar milagros.
Los discípulos le dijeron honestamente lo que tenían, y Jesús trabajó con eso. Sus instrucciones fueron claras y simples y, al final, todos fueron alimentados. Cuando Dios nos enfrenta con lo imposible, podemos hacer lo que hicieron los discípulos: decirle honestamente: “Esto es todo lo que puedo aportar a la situación”, y luego esperar. Porque, en definitiva, no somos nosotros los que mandamos, sino Jesús.
Este es el Dios que planeó salvar al mundo entero, incluyéndonos a nosotros, del poder del pecado, la muerte y el diablo, usando una sola vida humana: la suya. Él entregó esa vida por todos nosotros en una cruz fuera de Jerusalén, pagando el precio de toda nuestra maldad. Y tres días después, resucitó de entre los muertos, rompiendo el poder de la muerte no solo para sí mismo, sino para todos los que confiamos en él.
Y, si confiamos en él, él también puede hacer cosas extraordinarias con nuestras vidas ordinarias.
Oremos: Querido Señor, ayúdanos a confiar en Ti cuando nos pides que hagamos algo por Ti. Amén.
Para reflexionar:
*¿Cuándo te pidió Dios que hicieras algo que te parecía imposible?
*¿Qué pasó?
Escrito por la Dra. Kari Vo