La noche de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada en un lugar, por miedo a los judíos. En eso llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz sea con ustedes.» Y mientras les decía esto, les mostró sus manos y su costado. Y los discípulos se regocijaron al ver al Señor (Juan 20:19-20).
Los discípulos que siguieron públicamente a Jesús también tenían miedo, y salvo una rápida visita de Pedro y Juan a la tumba la mañana de la resurrección, el resto del tiempo permanecieron encerrados. El miedo los había paralizado y desorientado, y les había llenado la mente con incertidumbre.
Es en medio de ese estado en que se encontraban que Jesús resucitado se presentó así, de repente, como regalo del cielo, literalmente, y los bendijo con lo que ellos más necesitaban: la paz de Dios. La paz de Jesús les llegó como un gesto de perdón por el abandono y la negación de ellos apenas unos días antes. La paz de Jesús les entró por los oídos y por los ojos cuando vieron las cicatrices de los clavos y la lanza. Haciendo referencia a esto, el profeta Isaías predijo que Jesús “será herido por nuestros pecados; ¡molido por nuestras rebeliones! Sobre él vendrá el castigo de nuestra paz, y por su llaga seremos sanados” (Isaías 53:5).
Esta historia se repite todavía hoy. A los que nos encontramos encerrados en nuestros pensamientos y miedos, desorientados por nuestra conducta pasada y nuestro futuro incierto, Jesús se nos presenta como regalo del cielo en su Palabra y en la Santa Cena para perdonar nuestros pecados pasados y llenarnos de paz. Es hora del regocijo. Cristo resucitado ha venido para permanecer con nosotros siempre.
Querido Padre, gracias por la paz y la alegría que Jesús trajo a nuestras vidas. Anímanos mediante tu Espíritu Santo a confiar en ti sobre todas las cosas. Amén.
Para reflexionar
- ¿Qué miedos o incertidumbres estás enfrentando?
- Llévale tus ansiedades a Jesús. Su paz está disponible para ti y los tuyos.
Rev. Héctor Hoppe