Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra. La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Y dijo Dios: «¡Que haya luz!» Y hubo luz. Y vio Dios que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas; a la luz, Dios la llamó «Día», y a las tinieblas las llamó «Noche». Cayó la tarde, y llegó la mañana. Ése fue el día primero (Génesis 1:1-5).
Si lees esta historia detenidamente, puedes ver que Dios disfruta creando. Él se toma su tiempo de la misma manera que nosotros nos tomamos el tiempo para algo hermoso que estamos haciendo. Dios tiene un proceso cuidadosamente ordenado y todo se desarrolla de acuerdo a su plan.
¡Y mira cómo sucede! Dios dice las palabras, “¡Que haya luz!”, y de repente hay luz. La Palabra de Dios hace que suceda. ¡Y Dios está encantado! Una y otra vez escuchamos las palabras: “Y vio Dios que la luz era buena… Y vio Dios que la tierra, el océano, el sol y la luna, cada uno de ellos era bueno… Y vio Dios todo lo que había hecho, y todo ello era bueno en gran manera.”
¡Esto nos incluye a nosotros! Dios hace que los seres humanos seamos los últimos de todos y nos da la responsabilidad de cuidar del mundo en el que nos ha colocado. Como Dios, debemos cuidar de las criaturas que nos rodean y tratarlas con justicia y bondad, así como Dios nos trata a nosotros. Dios nos hizo a su propia imagen, por lo que las demás criaturas del mundo deberían ver la verdad: la misericordia y la bondad de Dios reflejadas en los seres humanos.
Pero dado que la humanidad se rebeló contra Dios y cayó en pecado, nuestro mundo es un lugar roto. No nos preocupamos por él de la forma en que Dios quiere que lo hagamos, ni nos amamos como Dios quiere que lo hagamos. Y nuestro mal comportamiento está llevando al mundo al desastre.
¿Quién puede ayudarnos? ¿Quién tiene el poder para recrearnos, para cambiar nuestros corazones malvados y restaurar la imagen de Dios en nosotros? Una sola Persona: nuestro Salvador Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne que vino a nuestro mundo como uno de nosotros y que permitió ser traicionado y clavado en una cruz, una cruz hecha de la madera de los árboles que una vez creó. En esa cruz Él usó su propia sangre para rehacer su mundo destrozado.
A través de su vida, muerte y resurrección, Jesús rompió el poder de la muerte sobre todos los que le pertenecían. En él somos una nueva creación y Él nos usa para ayudar y sanar al resto de su creación.
Oremos: Señor, gracias por recrearme como tu hijo. Úsame en tu servicio. Amén.
Para reflexionar:
- ¿Cómo te hace sentir saber que Dios se deleita en ti?
- ¿De qué forma Dios te está usando para ayudar a sanar su creación?
Escrito por la Dra. Kari Vo