Me alegra seguir el camino de tus testimonios más que poseer muchas riquezas. Siempre medito en tus mandamientos, y fijo mi atención en tus sendas. Mi alegría es el cumplir tus estatutos; ¡nunca me olvido de tus palabras! Salmo 119: 14-16
En estos pocos versículos, el salmista se deleita —como lo hace en cada versículo de este largo salmo— en la Palabra de Dios, en sus mandamientos y sus enseñanzas. Los testimonios del Señor nos dicen lo que Dios ha hecho por su pueblo. La Palabra testifica de los actos poderosos de Dios cuando liberó a Israel de la esclavitud en Egipto. El salmista sin duda se deleitaba en las profecías que apuntaban hacia la venida del Mesías, como ahora nosotros nos deleitamos en el cumplimiento de esas profecías en la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
El salmista medita, como debemos hacerlo todos, en los preceptos de Dios, sus mandamientos. En el monte Sinaí, Dios le dio su ley a Moisés para que la transmitiera a su pueblo. Pero Israel no siempre obedeció esas leyes y nosotros no las obedecemos como deberíamos tampoco. Cuando meditamos en los mandamientos de Dios, vemos que su Ley es un espejo reluciente que revela claramente nuestros pecados para que, por el poder del Espíritu Santo, seamos llevados al arrepentimiento. La meditación en la Palabra también revela lo que Dios ha hecho para salvarnos de nuestra esclavitud al pecado, así como también salvó hace mucho tiempo a los israelitas de la esclavitud en Egipto: “La ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17).
A través de su Hijo, nuestro Salvador, Dios reveló su gracia y su verdad. Jesús, el Verbo hecho carne, nació entre nosotros. A lo largo de su vida y ministerio terrenales, Jesús obedeció perfectamente todos los preceptos de su Padre Celestial. Luego, de acuerdo con el plan de Dios, el inocente Hijo de Dios tomó nuestros pecados sobre sí mismo y en la cruz sufrió la pena de muerte que merecíamos nosotros por nuestros pecados. Pero luego, en la primera mañana de Pascua, Jesús hizo añicos el poder de la muerte y resucitó de entre los muertos. Y por la gracia de Dios a través de la fe en Jesús, ahora nosotros estamos vestidos con su justicia, de pie ante Dios vestidos con la perfecta obediencia de su Hijo.
El salmista nos lleva a responder a todo lo que Dios ha hecho por nosotros. Y así nos deleitamos en la Palabra que testifica de nuestro Salvador. Nos regocijamos en su propósito salvador, en el testimonio de un testigo ocular: “escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer, tengan vida en su nombre” (Juan 20: 31b). Con el salmista meditamos en la Palabra de Dios y, a través del estudio de las Escrituras inspiradas, fijamos nuestros ojos en los caminos de Dios. Nos deleitamos en los preceptos que Dios da en su Palabra, los mandamientos que nos guían en los pasos de nuestro Salvador: “Vivan en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5: 2a). “¡Nunca me olvido de tus palabras!”, dice el salmista, y no olvidaremos al Salvador en quien nos deleitamos, el Verbo hecho carne, ¡Jesús nuestro Señor!
ORACIÓN: Señor y Dios, me deleito en tu Palabra. Ayúdame a andar en tus caminos. Amén.
Preguntas de reflexión:
¿Qué significa para ti meditar en la Palabra de Dios? ¿Hay que estar leyendo la Biblia para meditar en la Palabra de Dios?
¿Es la Palabra de Dios realmente más valiosa que todas las riquezas del mundo? ¿Cómo puede esto ser verdad?
Dra. Carol Geisler