En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y en voz alta dijo: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva, como dice la Escritura.» Jesús se refería al Espíritu que recibirían los que creyeran en él. El Espíritu aún no había venido, porque Jesús aún no había sido glorificado (Juan 7:37-39)
Es común que sintamos como que nos falta algo en la vida. Anhelamos algo; no sabemos qué, y no podemos estar realmente contentos o tranquilos hasta que lo encontremos. Y así buscamos por todos lados. Probamos el placer, cosas como la comida, las drogas, el sexo o el alcohol. Pero nada de eso da en el clavo. Probamos el trabajo, el poder, el prestigio y la fama. Nos volcamos en nuestras familias, con la esperanza de recibir de ellos un tipo de amor que nos haga sentir completos y reconfortados. Pero ni la mejor familia no puede ser todo para nosotros. Y volvemos a estar vacíos. ¿Qué es lo que realmente anhelamos?
Nos lo dice el obispo africano San Agustín. Él dice: “Tú nos has hecho para Ti, oh, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (Confesiones Libro 1). Dios ha puesto sed de Él en nuestros corazones, y nunca seremos felices, nunca descansaremos verdaderamente, hasta que vengamos a Él y estemos satisfechos. Esa es la forma en que Dios nos hizo. Estamos destinados a vivir en Dios y obtener nuestra vida de Él. Nada más servirá.
Entonces Jesús nos llama, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva, como dice la Escritura”. Si lo piensas bien, esta es una promesa asombrosa para que la haga un hombre sencillo. ¿Acaso puedo encontrar todas mis necesidades y deseos satisfechos en Ti, Jesús? ¿Como puede ser? Solo puede ser verdad si Jesús es Dios, Dios hecho carne humana, nacido entre nosotros, viviendo, sufriendo y muriendo en una cruz por nosotros, sí, y resucitando.
Es que Dios nos basta. Dios ha pasado por lo peor de lo que este mundo tiene para ofrecer, y todavía está frente a nosotros ofreciéndonos gozo y satisfacción con ambas manos. “Vengan a mí”, dice, y nosotros lo hacemos. “Confíen en mí”, dice, y aprendemos a poner el peso de nuestras esperanzas y temores sobre Él, un poco más cada día, y lo encontramos fiel. Él puede hacerse cargo de todos nosotros, incluso de las partes más oscuras y rotas de nosotros, las partes que duelen demasiado como para reconocerlas. “Yo saciaré tu sed”, dice. Él hará de su Espíritu un río de agua viva que brota de tu corazón. Nunca más tendrás sed. Y te usará para compartir esa agua de vida con quienes te rodean.
Oremos: Querido Señor, dame de beber de tu agua viva y utilízame para llevar esa agua a otros también. Amén.
Para reflexionar:
- ¿Qué caminos equivocados has tomado buscando satisfacción y plenitud para tu vida?
- ¿De qué maneras satisface Jesús tu sed y tus necesidades como persona?
Escrito por la Dra. Kari Vo