Simeón los bendijo y a María, la madre del niño, le dijo: “Tu hijo ha venido para que muchos en Israel caigan o se levanten. Será una señal que muchos rechazarán y que pondrá de manifiesto el pensamiento de muchos corazones, aunque a ti te traspasará el alma como una espada.” (Lucas 2:34-35)
Simeón bendice a la joven familia, pero luego les hace una advertencia: la vida de este Niño no será pacífica. Dios alterará la situación actual. Lo alto caerá, los humildes se levantarán y Jesús será rechazado, incluso hasta el momento de su muerte. Y finalmente, se “pondrá de manifiesto el pensamiento de muchos corazones”.
¿Qué es esto? ¿Por qué querría Dios alterar las cosas? ¿No podemos simplemente progresar pacíficamente y sin dolor y ver que la raza humana mejora lentamente en todos los sentidos?
Aparentemente no. Y no debería sorprendernos, ya que vivimos en un mundo fracturado. Hay muchos males que no mejoran a menos que primero haya más dolor. Un apéndice infectado tiene que ser operado, no hay otra opción que la cirugía. Una relación rota necesita honestidad y franqueza si alguna vez va a mejorar. La corrupción en la política debe ser expuesta antes de que pueda ser limpiada.
Pero el objetivo final es siempre la curación, la vida, la alegría, la paz. Jesús viene a este mundo no solo para alterarlo, sino para arreglarlo. Si nos humilla, nos volverá a levantar. Si sufrimos, sabemos que él nos resucitará, así como él también sufrió y resucitó de entre los muertos. A través de Jesús, Dios reveló los pen- samientos de su corazón: amor y misericordia para nosotros.
Señor, sostenme mientras espero que redimas el mundo. Amén.
Para reflexionar
¿Te gusta el cambio o prefieres la paz? ¿Por qué?
Cuenta de una ocasión en que algo tuvo que ser alterado o roto antes de ser reparado.
¿Cuándo has visto a Jesús tomar tu vida quebrantada y hacer algo hermoso con ella?