Y me preguntan: “¿Qué sentido tiene que ayunemos, si no nos haces caso? ¿Para qué afligir nuestro cuerpo, si tú no te das por enterado?” Pero resulta que cuando ayunan sólo buscan su propia satisfacción, ¡y mientras tanto oprimen a todos sus trabajadores! Sólo ayunan para estar peleando y discutiendo, y para dar de puñetazos impunemente. Si quieren que su voz sea escuchada en lo alto, no ayunen como hoy día lo hacen. ¿Acaso lo que yo quiero como ayuno es que un día alguien aflija su cuerpo, que incline la cabeza como un junco, y que se acueste sobre el cilicio y la ceniza? ¿A eso le llaman ayuno, y día agradable al Señor? »Más bien, el ayuno que yo quiero es que se desaten las ataduras de la impiedad, que se suelten las cargas de la opresión, que se ponga en libertad a los oprimidos, ¡y que se rompa todo yugo! Ayunar es que compartas tu pan con quien tiene hambre, que recibas en tu casa a los pobres vagabundos, que cubras al que veas desnudo, ¡y que no le des la espalda a tu hermano! Si actúas así, entonces tu luz brillará como el alba, y muy pronto tus heridas sanarán; la justicia será tu vanguardia, y la gloria del Señor será tu retaguardia. »Entonces clamarás, y el Señor te responderá; lo invocarás, y él te dirá: “Aquí estoy…” (Isaías 58:3-9a).
¡Ay! Este no es un pasaje fácil de leer. Imagínate cómo sería para nosotros si, camino a recibir la Santa Cena, escucháramos la voz de Dios diciéndonos: «En realidad, hay un problema que he querido mencionarte…»
¿Qué podría ser? Dios menciona varias cosas malas que su pueblo está haciendo. Algunos de ellos están oprimiendo a sus empleados. Algunos se están volviendo violentos con otras personas. Algunos actúan de forma religiosa, y lo único en lo que realmente están pensando es en su propio placer. ¿Todavía tenemos problemas como este hoy? ¡Por supuesto que sí!
Por lo tanto, nos ayuda considerar lo que Dios nos podría decir si se enfocara en un solo problema concreto en nuestras vidas. Por ejemplo, ¿he desarrollado el hábito de chismear sobre alguien que no me agrada en el trabajo? Tal vez estoy perdiendo la paciencia mucho más rápido con mi familia. Tal vez le estoy mintiendo a alguien para hacerme la vida más fácil. O, Dios no lo quiera, tal vez tenga un problema más serio: violencia, adulterio, robo o adicción.
No importa lo que sea, grande o pequeño, solo hay una cosa que hacer. El profeta Joel nos dice: “Por eso, vuélvanse ya al Señor de todo corazón, y con ayuno, lágrimas y lamentos. —Palabra del Señor. Desgárrense el corazón, no los vestidos, y vuélvanse al Señor su Dios, porque él es misericordioso y clemente, lento para la ira y grande en misericordia, y le pesa castigar” (Joel 2:12-13).
Dios no nos rechazará. Él nos llama porque nos ama, porque nos quiere de regreso como sus hijos amados, perdonados y limpiados por Jesús nuestro Salvador. Todo lo que se interponga en el camino, Él lo quitará. No es nuestro trabajo limpiarnos primero antes de llegar a Él. Dios hará eso con su poder. Solo regresa. Solo llama a Jesús para que te ayude. Por supuesto te responderá.
Oremos: Querido Señor, tráeme de vuelta a ti en cualquier forma que veas que lo necesito. Amén.
Para reflexionar:
- ¿Por qué es tan difícil admitir que hemos pecado?
- ¿Cómo sabes que Jesús te recibirá con los brazos abiertos?
Escrito por la Dra. Kari Vo