Ustedes, hombres mortales, ¿hasta cuándo ofenderán al que es mi gloria, y amarán y buscarán la falsedad y la mentira? 3 Entérense de una vez: el Señor escoge a los hombres justos, así que me escuchará cuando yo lo invoque. Salmo 4: 2-3
Sabemos por experiencia que algunas personas aman la falsedad y la mentira. Y a menudo nosotros también lo hacemos: nuestras palabras a veces son vanas y egoístas o incluso, en un intento por disfrazar nuestra culpa y vergüenza, a veces recurrimos a la mentira. Jesús nos dice que nuestro enemigo, el diablo, “desde el principio ha sido un homicida. No se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de lo que le es propio; porque es mentiroso y padre de la mentira” (Juan 8: 44b). A Satanás le encanta convertir el honor en vergüenza como lo hizo en el Edén, donde con preguntas y sugerencias engañosas, la tentó a Eva y a Adán a dudar y desobedecer la Palabra de Dios, comiendo del fruto que les estaba prohibido. Al hacerlo, el honor y la belleza de la creación de Dios se convirtieron en vergüenza y deshonra, vergüenza que Adán y Eva trataron en vano de esconder de su Creador.
El diablo busca tentarnos como lo hizo con nuestros primeros padres, para alejarnos de nuestro Señor y Salvador. Cuando escuchamos las mentiras de Satanás y los ecos de su voz tentadora en el mundo que nos rodea, nos alejamos de la Palabra y los caminos de Dios, cambiando el honor que Dios nos ha dado por la culpa y la vergüenza. Pero cuando vemos esa vergüenza reflejada en el espejo de la Ley de Dios, el Espíritu Santo nos impulsa a arrepentirnos y a clamar humildemente al Señor. Y Dios escucha nuestra súplica de ayuda. Ya en el Edén Dios prometió que de la mujer vendría una descendencia.
Cuando llegó el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo, la descendencia de la mujer, al mundo. Jesús fue rechazado, traicionado y condenado injustamente, siendo víctima de los planes de quienes lo odiaban. Sin embargo, Jesús fue entregado a la muerte “conforme al plan determinado y el conocimiento anticipado de Dios” (Hechos 2: 23a), un plan conocido desde antes de la fundación del mundo y anunciado por primera vez en el Edén. Jesús llevó nuestra vergüenza y culpa a la cruz, sufriendo la pena de muerte por nuestros pecados. Él tomó nuestros pecados sobre sí mismo y, a cambio, nos da su justicia, su honor y su gloria. En Cristo, Dios nos ha apartado para sí mismo para que podamos glorificarlo con vidas de amor y servicio. Él escucha cuando lo llamamos y escucha nuestra agradecida alabanza.
ORACIÓN: Señor, sé que me has apartado para ti. Guíame por tu Espíritu a vivir en amor y servicio a los demás. Amén.
Preguntas de reflexión:
¿De qué manera nos convence la Ley de Dios de nuestros pecados?
¿Cómo puede Jesús darnos su justicia a cambio de nuestros pecados?
Dra. Carol Geisler