¡Alábenlo! – Cristo para Todas las Naciones

Alábenlo con un fuerte toque del cuerno de carnero; ¡alábenlo con la lira y el arpa! Alábenlo con panderos y danzas; ¡alábenlo con instrumentos de cuerda y con flautas! Alábenlo con el sonido de los címbalos; alábenlo con címbalos fuertes y resonantes. Salmo 150:3-5 (NTV)

Estos versos de alabanza exuberante, sin duda se han utilizado en muchas ocasiones para debatir los méritos de los diferentes estilos de música y adoración de la iglesia. ¿Deberíamos alabar al Señor con cuerdas y usar guitarras? ¿Deberíamos alabarlo con flautas y usar un órgano de tubos? Si bien es importante acudir a la Palabra de Dios en las decisiones que tomamos sobre nuestra adoración y música, tales disputas hacen un mal uso de este salmo.

Enamorado perdidamente del Dios de Israel el salmista, lleno de gozo, invita a toda la creación a unirse a él para alabar al Creador. En otros salmos invita – ¡y hasta exige! – la alabanza de los ángeles, el sol, la luna y las estrellas, las criaturas marinas y las profundidades del océano, las bestias y los pájaros, las colinas y las montañas, el fuego, el granizo, la nieve y el viento y las personas de todas las edades y posición en la vida (ver Salmos 148-149). En el salmo de hoy, cada instrumento de música y cada aliento de cada criatura viviente se pone a alabar al Rey de reyes. Debemos “alabar a Dios en su santuario” hasta que nuestra alabanza resuene desde “su poderoso cielo” (Salmo 150: 1b).

Con solo pensarlo nos deja sin aliento. ¿Por qué hacemos esto? ¿Con qué propósito ofrecemos una alabanza interminable que va de la tierra al cielo y viceversa? Debemos alabar al Señor “por sus obras poderosas” y “su grandeza sin igual” (Salmo 150: 2). Lo alabamos porque Él creó los cielos y la tierra. Lo alabamos porque dejó los imponentes cielos y vino a la tierra para salvarnos. El Dios todopoderoso, que recibe la alabanza de la creación, que cuenta cada cabello de nuestra cabeza y sabe cuándo cae un solo gorrión, tomó carne humana para nacer entre nosotros. En un día en que el sol cesó su brillante alabanza y se cubrió con un velo de oscuridad, Dios el Hijo, nuestro Señor Jesús, tomó sobre sí mismo la pena de muerte que merecíamos por nuestros pecados. Al tercer día después de Su muerte, la luz del sol de la mañana brilló sobre la tumba vacía de Jesús. La muerte redentora y la resurrección triunfante del Hijo de Dios dan forma al corazón de nuestra alabanza ahora, y por toda la eternidad.

Domingo a domingo, y todos los días en el medio, damos gracias a nuestro Creador y nos regocijamos en el Cordero que fue inmolado por nosotros. Nuestra alabanza, unida al gozo de toda la creación, se eleva interminablemente ante el trono de Dios: “Entonces oí que todo lo creado en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían: «Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sean dadas la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 5:13).

 ORACIÓN: Dios poderoso, mi Creador y Salvador, recibe mi agradecida alabanza hasta que me una a los santos y ángeles para adorar ante Tu trono. Amén.

Preguntas de reflexión:
¿Cuál es tu forma favorita de alabar a Dios?
Además de con música y canto, ¿de qué otras maneras podemos alabar a Dios?

Dra. Carol Geisler

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