«Sirvientes indignos, hijos felices» – Cristo para Todas las Naciones

»Si alguno de ustedes tiene un siervo que ara o apacienta el ganado, ¿acaso cuando él vuelve del campo le dice: «Pasa y siéntate a la mesa»? ¡No! Más bien, le dice: «Prepárame la cena, y arréglate la ropa para servirme mientras yo como y bebo. Después podrás comer y beber tú.» ¿Y acaso se le agradece al siervo el hacer lo que se le ordena? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha ordenado, digan: «Somos siervos inútiles, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.»» Lucas 17:7-10

A veces, en la iglesia sueño despierto. Por lo general, esto sucede cuando el pastor que dirige las oraciones suena como si hubiera olvidado por completo con quién está hablando. Comienza a hablar con la congregación y la oración se convierte en un sermón o (¡Dios no lo quiera!) en un debate político. En momentos como estos, imagino la voz de Dios protestando: «¿Qué me estabas diciendo …?»

Pero no son solo los pastores los que cometen el error de olvidar su lugar ante Dios. Con mucha frecuencia me encuentro pensando algo que creo que no puedo decir en mi oración. Por ejemplo, supongamos que acabo de hacer algo bueno: he ayudado en el banco de alimentos, dado clases a un niño o donado dinero a una organización de beneficencia. De inmediato aparece una pequeña voz en mi mente, diciendo: «¡Guau! ¡Qué gran persona soy! ¡Dios debe estar realmente complacido conmigo! Como sé que no está bien, inmediatamente borro ese pensamiento, pero aparece otro. «¡Guau! ¡Qué persona espiritual y humilde que soy!». En un mal día, esto puede continuar hasta que me rinda y me ría de mí mismo.

Jesús nos habla acerca de esa tonta sensación de superioridad que tenemos, diciendo: »Si alguno de ustedes tiene un siervo que ara o apacienta el ganado, ¿acaso cuando él vuelve del campo le dice: «Pasa y siéntate a la mesa»? ¡No! Se supone que un sirviente debe servir. No es el trabajo del amo esperar al sirviente a la hora de la cena. Incluso si el criado ya tuvo un día completo de trabajo y lo hizo bien, eso es lo que se supone que debe hacer. ¡No espera que su maestro cambie repentinamente de roles con él!

Jesús nos recomienda recordar quiénes y qué somos. ¿Y qué somos? En palabras religiosas, somos «pobres pecadores miserables». (Imagina la conmoción si la voz de Dios de repente dice: «¡Así es!» justo en ese punto del servicio de adoración). Somos criaturas. Somos personas, muy amadas por Dios, pero no somos Dios.

Jesús tiene razón: «Somos siervos inútiles, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber». Y a menudo hemos hecho mucho, mucho menos de lo que debíamos. Tenemos razones para ser humildes.

Pero también tenemos motivos para alegrarnos, porque tenemos un Maestro que no es como otros maestros. Tenemos un Maestro que llegó a ser un Siervo, que vino a servir a Sus siervos, rescatándonos del poder del mal a través de Su propia vida, muerte y resurrección. Tenemos un Maestro que nos adoptó, que nos convirtió en hijos de Dios.

Esto no lo logramos nosotros. Esto no es lo que merecemos. Pero es lo que tenemos, porque «el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45).

Entonces ahora tenemos una tarea doble. Como amamos a Jesús, somos sus siervos dispuestos. Como Jesús nos ama, somos hijos de Dios adoptados para siempre. ¡Gracias, Señor!

ORACIÓN: Querido Señor, gracias por servirnos, a quienes somos tus siervos. Te rogamos que continúes sirviendo a otros a través de nosotros. Amén.


Para reflexionar:
¿Cómo te imaginas que reacciona Dios cuando se complace con las cosas que haces?
¿En qué manera te inspira el ejemplo de Jesús como Maestro que sirve, cuando sientes que no eres apreciado?


Dra. Kari Vo

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