«El Señor es mi pastor; nada me falta» (Salmo 23:1). En esta declaración escuchamos a una oveja hablando. Es una oveja que tiene mucho que decir sobre su pastor, una oveja que está contenta y confiada en el cuidado de su pastor.
Las ovejas a menudo reciben mucha mala prensa. Se las puede describir como malolientes y tontas, lo que quiere decir que no son muy apreciadas (quizás de manera injusta) por su inteligencia; tienden a vagar y a perderse, lo que significa que el pastor debe ir a buscarlas, y a veces se las acusa de seguirse dócilmente la una a la otra como… ovejas.
Jesús, el buen pastor que sabe algo de ovejas, nos instruye acerca de quienes están a su cargo: «Las que son mis ovejas, oyen mi voz; y yo las conozco, y ellas me siguen. Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Juan 10:27-28). Jesús es un Pastor como ningún otro: «Yo conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí, y yo conozco al Padre; y yo pongo mi vida por las ovejas» (Juan 10:14-15). Él debe llevar a todas sus ovejas a salvo a su redil.
Nosotros somos las ovejas que pertenecemos al buen pastor. Como ovejas nos habíamos perdido y enredado irremediablemente en las tentaciones del mundo y de nuestros propios deseos pecaminosos. Estábamos completamente desorientados en la oscuridad del pecado e incapaces de encontrar nuestro camino hacia el redil. Pero nuestro pastor vino para buscarnos y, cuando nos encontró, nos levantó y nos puso sobre sus hombros (hombros que una vez llevaron el peso de la cruz) y, regocijándose, nos llevó a casa.
Aunque no tengan la mejor reputación, las ovejas saben algunas cosas: reconocen la voz de su pastor y lo siguen. Por el poder del Espíritu Santo nosotros, las ovejas de nuestro Señor, también sabemos algunas cosas: escuchamos y reconocemos la voz de nuestro pastor en su Palabra vivificadora y restauradora; somos alimentados en la mesa del pastor, donde recibimos su cuerpo y sangre entregados y derramados por nosotros y seguimos al pastor con confianza, incluso a través del valle de la sombra de la muerte, porque él ha estado allí antes que nosotros.
Sostenidos firmemente por las manos marcadas con cicatrices de nuestro pastor, confesamos: «Seguramente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del SEÑOR para siempre» (Salmo 23:6).
ORACIÓN: Buen Pastor, camina conmigo a través de cada valle oscuro, y sostenme firme en tus manos hasta que permanezca en tu casa para siempre. Amén.
Dra. Carol Geisler
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