Jesús envió a dos de sus discípulos y les dijo: «Vayan a la aldea que tienen ante ustedes. Al entrar en ella, van a encontrar atado un burrito, sobre el cual nadie se ha montado. Desátenlo y tráiganlo acá. … Ellos llevaron a Jesús el burrito, sobre el que echaron sus mantos, y luego Jesús se montó sobre él. Por el camino, muchos tendían también sus mantos, mientras que otros cortaban ramas que habían cortado en el campo. Tanto los que iban delante como los que iban detrás gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! (Marcos 11:1b-9).
Jesús manda buscar un burrito y entra en Jerusalén montado en él, mientras las multitudes ponen mantos y hojas de palmas en el camino y con gritos de júbilo dan la bienvenida a quien creían sería su libertador. Me pregunto qué habrá pensado el burrito que llevaba encima a Jesús (si es que los burros piensan) cuando al ir caminando las personas le adornaban el camino con mantos y le gritaban y alentaban. Seguramente creía que toda esa celebración era para él. ¡Cuántos de nosotros pensamos igual! ¡Cuántos creemos que lo bueno que nos sucede o los triunfos que tenemos se deben a nuestro esfuerzo, capacidad y servicio!
Sin embargo, no se trata de nosotros, sino de quien está en nosotros. Sin Jesús, el burrito no era más que un burrito. Sin Jesús, nosotros no somos más que seres humanos pecadores, débiles, perdidos y condenados que vamos por la vida haciendo lo mejor que podemos, pero fallando una y otra vez. Pero gracias al sacrificio de Jesús y a la fe que nos da el Espíritu Santo, somos pecadores perdonados y restaurados y tenemos la promesa de la vida eterna junto a Dios.
Señor, ayúdanos a recordar que tú eres nuestro Señor y Salvador y que no somos nosotros, sino tú, quien da sentido, propósito y dirección a nuestra vida. Amén.
Para reflexionar:
*¿Qué aspecto de tu vida necesitas someter al señorío de Dios?
*¿Con quién puedes compartir hoy el perdón y el amor de Dios?
Diaconisa Erica Jofre