Yo, el Señor, digo así a Ciro, mi ungido, al cual tomé de la mano derecha para que las naciones se sometan a su paso y los reyes huyan en desbandada; para que las ciudades le abran sus puertas y no las vuelvan a cerrar: Yo iré delante de ti, y te allanaré los lugares torcidos; haré pedazos puertas de bronce y cerrojos de hierro, te entregaré tesoros escondidos y te daré a conocer recónditos secretos, para que sepas que yo soy el Señor, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre. Por amor a Jacob, por amor a Israel, mi siervo escogido, te he llamado por tu nombre, el nombre que te di, aunque tú no me conocías. Yo soy el Señor, y nadie más. No hay Dios fuera de mí. Yo te vestiré para la batalla, aunque tú no me conoces, para que desde la salida del sol hasta el ocaso todos sepan que yo soy el Señor, y que aparte de mí no hay otro Dios. Yo soy el que ha creado la luz y las tinieblas; yo soy el que hace la paz y crea la adversidad. Yo, el Señor, soy el que hace todo esto (Isaías 45:1-7).
Aquí tenemos a Ciro, el fundador del imperio persa y conquistador de grandes áreas de Asia. Sus títulos incluían “Rey del Mundo”, “Rey de las Cuatro Esquinas del Mundo” e incluso “Rey del Universo”, aunque iban un poco demasiado lejos.
Pero ¿qué hacemos entonces con el título que Dios mismo le da en este pasaje de Isaías, donde lo llama “Mi ungido”? Por lo general, conocemos este término en sus formas griega o hebrea, o sea, “Mi cristo” o “Mi mesías”. Entonces es válido que nos preguntemos: ¿qué clase de nombre es ese para un gobernante que ni siquiera cree en el Señor?
La unción era un ritual que Dios usaba para nombrar personas en el antiguo Israel para hacer un trabajo, generalmente el trabajo de un rey o sacerdote. Y si bien Ciro no es israelita, a él también le es dado un trabajo: comenzar a enviar al pueblo de Dios de regreso a casa, a su tierra, del exilio, para reconstruir el templo del Señor (ver 2 Crónicas 36:22-23). Ese templo es el mismo que Jesús mismo visitará, primero como un recién nacido y luego, muchos años después, cuando enseñe en sus atrios. Entonces Ciro, este primer “ungido”, está preparando las cosas para Jesús, el verdadero “ungido”.
Porque Jesús es como Ciro, ¡pero mucho mejor! El trabajo de Jesús es llevar a todo el pueblo de Dios a casa del exilio, del mundo destrozado por el pecado en el que hemos vivido desde que la humanidad se rebeló por primera vez contra Dios. A través de su muerte y resurrección, Jesús nos está llevando de regreso al reino de paz y gozo de Dios. Mejor aún, al hogar de la familia de Dios como hijos amados de Dios, donde nunca más nos perderemos.
Oremos: Señor Jesús, gracias por venir a buscarnos para llevarnos a casa. Amén.
Para reflexionar:
*¿Cómo crees que se sintieron los israelitas acerca de volver a casa?
*¿Cómo te sientes tú mientras esperas el día en que Jesús nos lleve a todos a casa?
Escrito por la Dra. Kari Vo