Dejarlo todo – Cristo para Todas las Naciones

Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: fui circuncidado al octavo día, y soy del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín; soy hebreo de hebreos y, en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que se basa en la ley, irreprensible. Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida, por amor de Cristo. Y a decir verdad, incluso estimo todo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor lo he perdido todo, y lo veo como basura, para ganar a Cristo y ser hallado en él, no por tener mi propia justicia, que viene por la ley, sino por tener la justicia que es de Dios y que viene por la fe, la fe en Cristo; a fin de conocer a Cristo y el poder de su resurrección, y de participar de sus padecimientos, para llegar a ser semejante a él en su muerte, si es que de alguna manera llego a la resurrección de entre los muertos. No es que ya lo haya alcanzado, ni que ya sea perfecto, sino que sigo adelante, por ver si logro alcanzar aquello para lo cual fui también alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya; pero una cosa sí hago: me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrás, y me extiendo hacia lo que está adelante; ¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús! (Filipenses 3:4b-14).

Imagina lo siguiente: estás en una habitación rodeado de tus tesoros más queridos como dinero, joyas, obras de arte o podrían ser preciadas reliquias familiares. Sea lo que sea, es tu orgullo y alegría.

Y entonces escuchas decir: ¡Jesús está aquí! ¡Sal al encuentro de Él! Si supieras que es verdad, ¿no saldrías corriendo y dejarías todo atrás? ¡A quién le importan ahora los tesoros! Nuestro mejor tesoro está afuera, ¡y nos está esperando!

Así es como Pablo se siente acerca de todas las ventajas de su vida. Porque definitivamente tenía ventajas: la mejor educación que el dinero podía comprar; ciudadanía romana; ascendencia judía impecable; y una reputación estelar por ser piadoso y religioso. ¿Quién querría pedir más?

Pablo podría. Nosotros también podríamos. Pero nada se compara con Jesús, nuestro Salvador. Nada se compara con Aquél que nos ama tanto que bajó del cielo para buscarnos, encontrarnos y llevarnos al reino de Dios. Nada se compara con Aquél que dio su vida para hacernos suyos y así poder compartir el gozo de resurrección y vida eterna junto al Padre. Si tenemos a Jesús, lo tenemos todo. Eso es suficiente para nosotros.

Oremos: Querido Señor, mantén mis ojos y mi corazón puestos en Ti. Amén.

Para reflexionar:

*¿Qué cosas en tu vida te podrían apartar de Jesús?

*¿Qué necesitas hacer para estar listo para “dejarlo todo”, si es necesario, por causa de Jesús?

Escrito por la Dra. Kari Vo

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