Enseguida, Jesús hizo que sus discípulos entraran en la barca y que se adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Luego de despedir a la gente, subió al monte a orar aparte. Cuando llegó la noche, Jesús estaba allí solo. La barca ya estaba a la mitad del lago, azotada por las olas, porque tenían el viento en contra. Pero ya cerca del amanecer Jesús fue hacia ellos caminando sobre las aguas. Cuando los discípulos lo vieron caminar sobre las aguas, se asustaron y, llenos de miedo, gritaron: «¡Un fantasma!» Pero enseguida Jesús les dijo: «¡Ánimo! ¡Soy yo! ¡No tengan miedo!» (Mateo 14:22-27).
No me gusta cuando Jesús me dice que haga algo que me da un poco de ansiedad, como subir a un bote e ir a algún lugar sin Él durante unas horas, sin saber que me espera una calamidad muy estresante y Él no aparece. Y no solo eso, sino que luego aparece algo sumamente aterrador que me hace gritar, y de repente Él dice: «¡No, no, soy yo, no tengas miedo!», y todo vuelve a estar bien. Y realmente es así. Excepto por el loco deseo que tengo de gritarle a Jesús por darme semejante susto.
Algo así me sucedió cuando estaba decidiendo qué estudiar, cuando estaba pensando en casarme, cuando esperaba un hijo, cuando la iglesia tuvo problemas. Cada una de esas veces sentí una leve ansiedad que de a poco se iba intensificando hasta convertirse en un miedo abrumador, hasta que aparecía Jesús, diciendo: “Soy Yo. No tengas miedo. Cálmate.” Y me pongo muy contenta de verlo, pero al mismo tiempo, quiero gritar: «¿Dónde estabas, Jesús?» Pero, en realidad, el problema soy yo. Si realmente confiara en Él de la forma en que desearía hacerlo, no me llenaría de ansiedad y miedo ni me sorprendería que apareciera en el último minuto caminando sobre el agua.
Gracias a Dios que es tan paciente conmigo. Gracias a Dios que Él nos ama tanto que nuestros miedos y ansiedades nunca lo molestan, que es paciente con nosotros cuando no somos pacientes con Él. Es que Jesús nos ama. Su máxima demostración de amor fue cuando extendió sus brazos en la cruz para sufrir y morir por nosotros. Él no nos enviará a ningún lugar al que Él mismo no vaya; y cuando se trata de la muerte, Él ya ha estado allí y conoce el camino, porque Él es el camino y nuestra resurrección. Así, asustados como estamos, el Espíritu Santo nos mantendrá aferrados a Él en medio de todos nuestros temores y ansiedades hasta el día en que Jesús venga a llevarnos a salvo con Él para siempre.
Oremos: Señor Jesús, acompáñame en mis miedos y ansiedades. Amén.
Para reflexionar:
*¿Qué cosas te provocan miedo o ansiedad?
*¿Dónde buscas ayuda en esos momentos?
Escrito por la Dra. Kari Vo