Cuando llegó el día de Pentecostés, todos ellos estaban juntos y en el mismo lugar. De repente, un estruendo como de un fuerte viento vino del cielo, y sopló y llenó toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y fueron a posarse sobre cada uno de ellos. Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu los llevaba a expresarse (Hechos 2:1-4).
¡Qué maravilloso día debe haber sido ese! Dios envió su Espíritu Santo sobre todos esos primeros cristianos, hombres y mujeres, ricos y pobres, de alto y bajo estatus, y vieron lo que parecían lenguas de fuego reposando sobre cada uno de ellos. Y luego, de inmediato, el Espíritu Santo los puso a trabajar, anunciando las Buenas Nuevas de Jesús a todos en la ciudad, nativos y extranjeros por igual, usando sus propios idiomas.
¡Fue un milagro! Pero ese milagro no continuó durante días y días. La mayoría de esas personas dejaron de hablar otros idiomas bastante rápido. Sus vidas volvieron a ser normales. ¿Significa eso que el Espíritu Santo los dejó? ¡No, ciertamente no! La Biblia dice que las llamas de fuego que vieron “se posaron” sobre cada uno de ellos. El Espíritu no vino para un gran espectáculo y luego se fue de la ciudad. No, Él vino para quedarse con ellos para siempre, ya ocurrieran o no milagros llamativos.
El Espíritu viene a nosotros también cuando llegamos por primera vez a la fe en Jesús, ya sea que suceda en nuestro Bautismo o algún tiempo antes, cuando escuchamos las Buenas Nuevas de salvación. Él es quien hace posible que confiemos en Jesús, quien dio su vida para rescatarnos del poder del mal. Él es quien nos hace partícipes de la vida eterna de Jesús, que resucitó de entre los muertos y no volverá a morir jamás. El Espíritu de Dios vive en nosotros – Él nunca nos dejará ni nos abandonará.
¿Por qué, entonces, nuestras vidas son tan normales y a veces tan difíciles? Si el Espíritu está con nosotros, ¿por qué no lo vemos haciendo cosas increíbles como lo hizo en Pentecostés? Jesús nos recuerda que la mayor parte de la obra de Dios ocurre de una manera mucho más tranquila: “El reino de Dios es como cuando un hombre arroja semilla sobre la tierra: ya sea que él duerma o esté despierto, de día y de noche la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. Y es que la tierra da fruto por sí misma: primero sale una hierba, luego la espiga, y después el grano se llena en la espiga; y cuando el grano madura, enseguida se mete la hoz, porque ya es tiempo de cosechar” (Marcos 4:26-29).
Mientras pertenezcamos a Jesús, el Espíritu Santo estará haciendo su obra en nosotros: perdonándonos, limpiándose, moldeándonos y cambiándonos para que seamos cada vez más como Jesús. Y esto seguirá toda la vida.
Oremos: Amado Padre, gracias por el don de tu Espíritu. Fortalece mi fe en tu Hijo Jesús y hazme cada vez más como Él. Amén.
Para reflexionar:
* ¿Cómo crees que se sintieron los primeros cristianos cuando terminó el día de Pentecostés y la vida volvió a la normalidad?
* Puede ser difícil ver la obra del Espíritu en nuestra vida, pero fácil verla en los demás. ¿Conoces a alguien en quien ves obrar el Espíritu?
Escrito por la Dra. Kari Vo