José de Arimatea era discípulo de Jesús, aunque por miedo a los judíos lo mantenía en secreto. Después de todo esto, José le rogó a Pilato que le permitiera llevarse el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Entonces José fue y se llevó el cuerpo de Jesús. También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, llegó con un compuesto de mirra y de áloes, como de treinta kilos (Juan 19:38-39).
Después de que Jesús murió, de las penumbras de la vida aparecieron dos discípulos que habían seguido a Jesús en secreto. José de Arimatea y Nicodemo no profesaban públicamente su fe en Jesús por miedo a los judíos. No los culpo. Los judíos controladores de la religión y opositores de Jesús eran cosa seria, solo era cuestión de ver lo que le habían hecho al Maestro. Y si por ellos fuera, hubieran dejado el cuerpo de Jesús en la cruz para que se cayera a pedazos en los días y semanas siguientes.
Pero el rey David había dicho que el cuerpo del Hijo de Dios no se corrompería (Hechos 2:31), y como Dios cumple las profecías, envió a dos discípulos a continuar con su plan de salvación. ¿Qué pasó aquí? ¿Qué pasó con el miedo que los había paralizado y mantenido como seguidores en secreto? De repente mostraron públicamente y ante el procurador romano su respeto, su amor y su fidelidad a Jesús. La muerte de Jesús comienza a mostrar sus primeros frutos.
Los cristianos ya sabemos cómo siguió esta historia. José de Arimatea y Nicodemo tal vez sospechaban algo respecto de la resurrección, pero creer sin evidencias en esos momentos no les era posible. Si nuestros miedos nos hacen sospechar de la gracia, del perdón y del poder de Dios, la muerte de Jesús se nos presenta como la mayor evidencia de su amor sacrificial. La muerte de Jesús no tiene la última palabra. Mañana será un día diferente.
Gracias por tu muerte, Jesús. Espero con ansias tu resurrección. Amén.
Para reflexionar
- ¿Hay algo que te paraliza y te impide seguir a Jesús?
- ¿Qué miedos te hacen sospechar de la gracia y el perdón de Dios?
Rev. Héctor Hoppe