Luego, Moisés tomó la sangre y la roció sobre el pueblo, mientras decía: «Ésta es la sangre del pacto que el Señor hace con ustedes al darles todas estas cosas.» Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel, subieron al monte y vieron al Dios de Israel. Debajo de sus pies había algo como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Vieron a Dios, y comieron y bebieron, porque Dios no levantó la mano contra los príncipes de los hijos de Israel. El Señor le dijo a Moisés: «Sube al monte y preséntate ante mí. Espera allá, que voy a darte las tablas de piedra con la ley y los mandamientos que he escrito para instruirlos.» Moisés se levantó, junto con su siervo Josué, y entonces Moisés subió al monte de Dios. A los ancianos les dijo: «Espérennos aquí, hasta que volvamos a ustedes. Miren, Aarón y Jur se quedarán con ustedes, y quien tenga algún asunto que tratar, recurra a ellos» (Éxodo 24:8-14).
Este es uno de los pasajes más extraños de Éxodo. Al principio vemos a Moisés haciendo un pacto solemne entre el pueblo de Israel y Dios mismo. Como parte de la ceremonia, incluso arroja sangre de animales sacrificados sobre el pueblo, como una especie de anticipo de la crucifixión de Jesús y del nuevo pacto en su sangre. ¡Así los ancianos de Israel tendrán la oportunidad de ver al Señor sin morir! Y para colmo, Dios llama a Moisés a la montaña para recibir la Ley por la que se supone que Israel debe vivir en el futuro.
¡Qué gloria! ¡Qué santidad! Difícilmente se puede encontrar una ocasión más solemne. Y, sin embargo, justo en medio de todo, Moisés siente la necesidad de llevarse a los ancianos de Israel a un lado y decirles: “Espérennos aquí, hasta que volvamos a ustedes. Miren, Aarón y Jur se quedarán con ustedes, y quien tenga algún asunto que tratar, recurra a ellos”.
Moisés conoce demasiado bien al pueblo. No importa qué cosas maravillosas o gloriosas estén sucediendo. O si Dios mismo ha descendido y se ha revelado en forma corporal. Al pie de la montaña, alguien en el campamento va a tener un conflicto. Alguien va a necesitar un juez.
¡Qué frustrante es esto! Y, sin embargo, también pasa en nuestras propias vidas, ¿no es así? Recuerdo el día en que mi hermano, mi hermana y yo nos bautizamos. Quedamos peleando una y otra vez antes de que nuestro cabello se secara.
Gracias a Dios por su paciencia con nosotros. Gracias a Dios que Él nos conoce tan bien y, sin embargo, aun así no se da por vencido con nosotros, no se aleja de nosotros para siempre. En cambio, Él nos da esperanza. Él establece un pacto entre Él y nosotros a través de la sangre de la cruz de Jesús. Por el resto de la eternidad, somos suyos y Él es nuestro, no porque seamos buenos o santos, sino porque Él perdona. No porque hayamos ganado algo, sino porque Jesús lo ha hecho, porque Dios no permitirá que nada, ni siquiera nuestra peor maldad, se interponga entre Él y nosotros. Jesús nos ha llevado a casa con Dios.
Oremos: Señor, perdona mi pecado y acércame a ti. Amén.
Para reflexionar:
- ¿Tenía razón Moisés al esperar problemas en el campamento? (Lee Éxodo 32:1-24.)
- ¿Por qué Dios te sigue considerando su hijo amado incluso cuando caes? ¿Cómo lo sabes?
Escrito por la Dra. Kari Vo