Todos los cobradores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas comenzaron a murmurar, y decían: «Éste recibe a los pecadores, y come con ellos.» Entonces Jesús les contó esta parábola: «¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, gozoso la pone sobre sus hombros, y al llegar a su casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: “¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!” Les digo que así también será en el cielo: habrá más gozo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. »¿O qué mujer, si tiene diez monedas y pierde una de ellas, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con cuidado la moneda, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: “¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la moneda que se me había perdido!” Yo les digo a ustedes que el mismo gozo hay delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.» Lucas 15:1-10
Se puede ver la felicidad de esas personas. El hombre ha recuperado su oveja; la mujer ha vuelto a encontrar su moneda. Y para ambos, su primera reacción es estar felices y hacer una fiesta. Su alegría no es completa hasta que hay otras personas para compartirla.
Encuentro interesante que Dios aparentemente siente lo mismo, pues somos sus ovejas perdidas, sus monedas perdidas. Y Él vino a este mundo como Jesucristo Hombre para morir por nosotros y resucitar por nosotros, para poder traernos de vuelta a Sí mismo para siempre. Hasta aquí todo bien. Pero ¿por qué la fiesta? ¿Por qué no ser feliz solo?
Parece haber algo en Dios, tal como lo hay en nosotros, que le hace querer compartir la alegría. Con Dios, esto puede ser un reflejo de la Trinidad, porque Él es uno y tres al mismo tiempo. Pero aun así, Dios creó a los ángeles, y uno de sus propósitos aparentemente es este: testificar y compartir el gozo de Dios cuando uno de nosotros, incluso el más pequeño de nosotros, llega a la fe en Jesús.
¡Qué asombroso es que Dios esté tan feliz por nosotros! ¡Qué maravilloso que los ángeles de Dios se unan a esa celebración, a pesar de que no somos del mismo tipo que ellos, y no tienen ninguna razón para preocuparse, excepto el amor!
Pero esto es amor: que Dios mismo, habiéndonos perdido, viniera a nuestro mundo a buscarnos y nos llevara a casa por medio de su propia vida, muerte y resurrección. Este es amor: que al encontrarnos, Dios nos muestre con alegría a los demás habitantes de la creación, no como las tristes criaturas que creemos ser, sino como su tesoro, su pueblo amado. Tú eres motivo de alegría para Dios. Lo haces feliz, porque te ha encontrado.
ORACIÓN: Querido Padre, gracias por honrarme al hacerme causa de Tu alegría. Amén.
Para reflexionar:
¿Cómo reaccionaste al encontrar algo que habías perdido?
¿Cómo te hace sentir saber que eres causa del gozo de Dios?
Dra. Kari Vo