Al día siguiente, al oír que Jesús venía a Jerusalén, grandes multitudes que habían venido a la fiesta tomaron ramas de palmera y salieron a recibirlo. Y clamaban: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” Y Jesús halló un asno, y montó sobre él, como está escrito: “No temas, hija de Sión; aquí viene tu Rey, montado sobre un pollino de asna”. Juan 12:12-15
Por siglos Israel había aguardado con ansias al enviado de Dios que habría de entrar en Jerusalén con autoridad para establecer un reino poderoso con capital en la santa ciudad. Aquel domingo, que hoy conocemos como el domingo de ramos, parecía ser ese día. Pero, ¿podría este galileo, montado en un burrito, concretar los sueños que habían depositado en el Mesías prometido? ¿Podría convencer a la jerarquía religiosa de que Él era el enviado de Dios?
Aunque las expectativas eran tan particulares, muchos clamaron ese día “bendito el que viene”. Pero ¿dónde estaba su ejército? Él no era un guerrero como el Rey David. No. Él venía montado en un animal de carga no para ir a la guerra, sino para traer paz. Venía a ofrecerse a sí mismo como mediador entre el cielo y la tierra. Y si esa paz demandaba su entrega y sacrificio, estaba dispuesto a pagar el precio. Y vaya que lo pagó…
Bendito el que viene. Jesús sigue viniendo en las palabras de las Escrituras que nos llaman a confiar y seguirle. Lo hace cada vez que su iglesia se reúne a oír el evangelio y a ser alimentada de su cuerpo y sangre. Lo hace cada vez que un niño es bautizado. Él vendrá de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos. También a ti. Entonces podrás decir: “bendito el que viene”.
Bendito eres, Jesús, por venir como rey de paz. Ven a mi vida y ayúdame a seguirte siempre como mi Señor. Amén
Para reflexionar
¿Qué expectativas tienes acerca de las promesas de Jesús?
¿Cómo te estás preparando para esta semana santa?
¿Qué te sucedería si Jesús regresara hoy como juez de todos?