Jesús descendió con ellos y se detuvo en un llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían venido a escucharlo y a ser sanados de sus enfermedades. También eran sanados los que eran atormentados por espíritus impuros. Toda la gente procuraba tocarlo, porque de él salía un poder que sanaba a todos. Jesús miró a sus discípulos y les dijo: «Bienaventurados ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece. »Bienaventurados ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Bienaventurados ustedes los que ahora lloran, porque reirán. »Bienaventurados serán ustedes cuando, por causa del Hijo del Hombre, la gente los odie, los segregue, los vitupere, y menosprecie su nombre como algo malo. Cuando llegue ese día, alégrense y llénense de gozo, porque grande será el galardón que recibirán en los cielos. ¡Eso mismo hicieron con los profetas los antepasados de esta gente! »Pero ¡ay de ustedes los ricos!, porque ya han recibido su consuelo. »¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos!, porque habrán de pasar hambre. »¡Ay de ustedes, los que ahora ríen!, porque habrán de llorar y de lamentarse. »¡Ay de ustedes, cuando todos los alaben!, porque lo mismo hacían con los falsos profetas los antepasados de esta gente. Lucas 6: 17-26
Jesús tiene su forma de cambiar las cosas. En el contexto de esta lectura, Jesús tiene a las personas en la palma de su mano. Sus palabras son oro para ellos; su toque curativo se está volviendo legendario; Él no puede hacer nada mal ante los ojos de ellos. Probablemente estaban pensando: «¡Ahora vemos un mejor mañana! ¡Suficiente de esta vida de segunda clase y sin importancia que hemos estado viviendo bajo el talón de Roma! ¡Nos llegó alguien que puede cambiarlo todo por nosotros!»
Y sí que Jesús cambió las cosas, pero no de la manera que la multitud esperaba, ¡o quería! Jesús los bendice en su condición actual, no en la visión de fantasía que imaginaban con Él al timón. Si son pobres, tienen hambre, están de luto o son injuriados, Jesús los bendice. Porque un día, no ahora, sino en el futuro, un día se reirán y estarán satisfechos y se regocijarán, porque para tales es el reino de Dios.
Cuán perfectamente nos muestra esto la forma en que Dios obra. El Anciano de Días (ver Daniel 7: 9, 13, 22 RVR1960) no tarda en cumplir su Palabra ni se retrasa en sus promesas (ver Salmo 138: 8; Isaías 46: 9-10). En el momento adecuado, Dios intervino en nuestros asuntos diarios, enviando a su Hijo al mundo, en nuestro nombre. “Porque a su debido tiempo, cuando aún éramos débiles, Cristo murió por los pecadores” (Romanos 5: 6).
Ser «débiles» nos lleva a un círculo completo de regreso a Jesús, el Campeón de los pobres, hambrientos, afligidos y denigrados. Si bien todos son bienvenidos en el reino de Dios, a los ricos y acomodados les resultará mucho más difícil entregarle las riendas a Jesús. Pero aun así, las promesas de Dios en Jesús son para todos, ricos o pobres. Él nos lo ha dicho. “Porque todas las promesas de Dios en él son «Sí». Por eso, por medio de él también nosotros decimos «Amén», para la gloria de Dios” (2 Corintios 1:20).
ORACIÓN: Padre Celestial, abre nuestros ojos para ver cómo se satisfacen nuestras necesidades en Jesús nada más. En su Nombre oramos. Amén.
Para reflexionar:
¿Te has encontrado en algún momento de tu vida (quizás ahora mismo) en que te hayas sentido bendecido en medio de circunstancias difíciles?
¿Por qué crees que Jesús llama “bienaventurados” a los pobres, los oprimidos y los hambrientos?
Paul Schreiber