La mesa está preparada – Cristo para Todas las Naciones

Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos; Has ungido mi cabeza con aceite; Mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días. Salmo 23:5-6 (NBLA)

Los programas cómicos a veces se centran en el comportamiento no deseado de un pariente excéntrico en una reunión familiar, o en el invitado que agota a todos con opiniones políticas o historias aburridas. Eso no suele suceder (¡esperamos!) en reuniones reales, pero incluso los invitados menos bienvenidos son solo eso: invitados, no son enemigos. Si pensáramos cenar con enemigos, estaríamos más inclinados a hacerlo en un lugar con defensas y no alrededor de una mesa familiar. 

Jesús, nuestro Buen Pastor, no pone tales defensas: nos prepara una mesa en presencia de nuestros enemigos. Puede que no siempre seamos conscientes de ello, pero vivimos en presencia de enemigos. El diablo, las tentaciones del mundo que nos rodea y nuestros propios deseos pecaminosos nos rodean, siempre buscando desviarnos. En nuestra naturaleza débil y caída a veces podemos dar la bienvenida a estos enemigos en nuestras vidas como invitados. Nos apartamos de los caminos de Dios y buscamos los «pastos más verdes» imaginados que ofrece el diablo, el mundo y nuestros propios deseos. Pero Jesús es nuestro Pastor y Salvador. Él nos busca a través de Su Palabra, llamándonos al arrepentimiento y llevándonos de regreso a Él.

Jesús mismo vino una vez a la mesa en presencia de sus enemigos. La noche en que fue traicionado, Jesús se reunió con sus discípulos en un aposento alto de Jerusalén para celebrar la Pascua. Al mismo tiempo, en la misma ciudad, los enemigos de Jesús también comenzaron a juntarse, “tanto Herodes como Poncio Pilato, junto con los gentiles y los pueblos de Israel” para hacer lo que Dios “había predestinado que sucediera” (ver Hechos 4: 27-28). Mientras sus enemigos conspiraban contra él, Jesús y sus discípulos recordaron la noche en que Dios sacó a su pueblo de la esclavitud a la libertad, la noche en que los primogénitos de Israel fueron salvados de la muerte por la sangre de corderos pintada en los marcos de las puertas de sus hogares. Mientras Jesús celebraba esa noche de libertad, les dio a sus seguidores el regalo de su cuerpo y su sangre.

En esa misma noche de Pascua, según el diseño de Dios para nuestra salvación, Jesús fue entregado en manos de sus enemigos. Fue condenado a muerte. En la cruz, el Cordero de Dios derramó Su sangre para expiar los pecados del mundo. En la primera mañana de Pascua, Jesús resucitó de entre los muertos, victorioso sobre todos los enemigos, incluso sobre la muerte misma. Así como la sangre de los corderos marcó una vez las puertas de Israel, la sangre del Cordero de Dios marca nuestras vidas hoy. Nuestro Señor resucitado y reinante nos invita a la mesa que ha preparado. Mientras celebramos Su Santa Cena, Jesús nos alimenta con Su cuerpo y sangre para el perdón de nuestros pecados. Ungidos por el Espíritu Santo, recibimos la paz que inunda nuestras vidas y se desborda en la eternidad, y viviremos “en la casa del Señor por largos días» (Salmo 23: 6b).

ORACIÓN: Jesús, a través del regalo de tu cuerpo y sangre entregados por mí tengo paz, incluso en presencia de enemigos. Amén.

Preguntas de reflexión:
¿Cuáles son algunas de las cosas que hace un pastor para cuidar un rebaño?
¿Cuál es tu texto favorito en el Salmo 23?

Dra. Carol Geisler

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