Pero Jesús lanzó un fuerte grito y murió. En ese momento el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Marcos 15:37-38
Las cortinas –o velos– sirven para esconder cosas. Cubren las ventanas cuando no queremos que otros miren o bloquean las camas de los pacientes en los hospitales para dar privacidad. Dios hizo que los israelitas colgaran una cortina entre la parte principal del templo y el Lugar Santísimo, el lugar donde Dios estaba presente de manera especial para cuidar a su pueblo, Israel.
Solo un hombre era invitado a pasar detrás de la cortina de Dios una vez al año para un solo trabajo: hacer expiación por los pecados del pueblo de Dios con la sangre de un sacrificio. Si alguien entraba en otro momento, era castigado con la muerte. Había que mantenerse alejado porque Dios es santo y el pueblo no. Ese era el mensaje del velo del templo.
¿Qué habrán pensado los sacerdotes de turno cuando vieron el velo rasgado en dos? No podían saber que, justo en ese momento, el Hijo de Dios había dado su último suspiro, había permitido que su propio cuerpo fuera rasgado y quebrantado por nosotros en la cruz, como el sacrificio perfecto y puro para llevarnos de regreso a Dios. El camino a Dios estaba ahora abierto, no solo para un solo hombre, no solo para los sacerdotes, sino para todos.
Como dijo el escritor de Hebreos: “Podemos entrar en el lugar santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, es decir, de su propio cuerpo” (Hebreos 10:19b-20). Ya no estamos separados. Ahora podemos acercarnos al Dios santo porque él se ha acercado a nosotros primero en Jesucristo, nuestro Salvador.
Acércame a ti, Santo Padre, a través de tu Hijo Jesucristo. Amén.
Para reflexionar
¿Qué velo o cortina recuerdas más vívidamente y por qué?
¿Te pone nervioso acercarte a Dios?
¿Te ayuda recordar que Jesús siempre está a tu lado?