Al caer la noche, llegó Jesús con los doce. Ya sentados a la mesa, y mientras comían, Jesús dijo: “De cierto les digo que uno de ustedes me va a traicionar. Ahora está comiendo conmigo.” Ellos se pusieron muy tristes, y uno por uno comenzaron a preguntarle: “¿Seré yo?” Jesús les respondió: “Es uno de los doce, el que está mojando el pan en el plato conmigo. A decir verdad, el Hijo del Hombre sigue su camino, como está escrito acerca de él, ¡pero ay de aquél que lo traiciona! ¡Más le valdría no haber nacido!” Marcos 14:17-21
“Uno de ustedes me va a traicionar.” Esa noche había solo dos personas en la mesa que sabían exactamente de qué estaba hablando Jesús en ese momento: Jesús y Judas. Los demás estaban a oscuras. Sin embargo, cada uno de ellos se hizo la misma pregunta terrible y culpable: “¿Seré yo?”
¿Qué había detrás de esa pregunta? ¿Quizás un reconocimiento de su fragilidad humana? Cada uno de ellos sabía que había algo en lo profundo de su corazón que quizás, solo quizás, podía hacer algo horrible. Pero ¿traicionar a Jesús? Dios no lo permita. Aun así, ¿quién puede jurar que nunca, jamás, sería capaz de hacer algo así? Los discípulos fueron humildes. Se conocían a sí mismos y temblaban.
Nosotros también a veces temblamos cuando miramos nuestro interior, y tenemos razón de hacerlo. Pero no debemos desesperarnos. En cambio, debemos mirar de inmediato a nuestro Salvador Jesús, aquel que nos conoce de cabo a rabo y que aun así nos ama, nos salva, nos restaura y nos da vida eterna. Gracias a Jesús podemos decir con Juan: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).
Señor, mantenme a salvo del poder del mal. Amén.
Para reflexionar
¿Te preocupas por el mal del que podrías ser capaz?
¡Alguna vez te ha sorprendido el bien o el mal en una persona?
¿Te consuela saber que Jesús sabe todo sobre ti?