Después de cumplir con todo lo prescrito en la ley del Señor, volvieron a Nazaret, que era su ciudad en Galilea. El niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios reposaba en él. (Lucas 2:39-30)
¡Qué contentos deben haber estado María y José al llegar a casa! Fueron a Belén, tuvieron un hijo, huyeron a Egipto, regresaron a Israel y, finalmente, allí estaban, de vuelta en su casa en Nazaret.
Aquí harían su hogar durante los próximos 25 años más o menos. José trabajaría como carpintero; María cocinaría, cosería y limpiaría, ¿y Jesús? Crecería día a día más fuerte y sabio, como todo niño.
Me pregunto si, después de un tiempo, esos primeros años comenzaron a parecer como si todo hubiera sido un sueño. Hasta donde sabemos, Jesús no hizo nada sorprendente durante esos años.
Incluso el memorable viaje a Jerusalén, donde se quedó atrás, no fue nada comparado con los ángeles y los reyes enojados.
Pero esos años fueron una bendición, porque fueron los años en que Jesús se fortaleció en la forma en que lo hacemos nosotros. Estudió la Biblia y memorizó la palabra de Dios. Aprendió a vivir con otras personas, viendo cuáles eran sus cargas y preocupaciones, ¡y con qué frecuencia esas cosas salieron a la luz más adelante en sus parábolas! Y a pesar de todo, vivió una vida completa y plena, de acuerdo con ambas partes de su herencia: hijo de la humanidad e Hijo de Dios. ¡Qué gran preparación para su gran obra de salvarnos a través de su sufrimiento, muerte y resurrección!
Señor Jesús, gracias por vivir por mí, y luego morir y resucitar por mí. Amén.
Para reflexionar
¿Te aburres fácilmente o te gusta tener momentos tranquilos?
¿Cuál fue el año más tranquilo en tu vida? ¿Por qué?
¿Qué bendiciones te ha dado Dios durante los tiempos tranquilos en tu vida?